jueves, 28 de enero de 2016

Conoce la mafia llamada MUD (Parte I)

CARLOS FERNÁNDEZ (I)


Primero fue el periodista y político francés Georges Clemenceau quien soltó aquello de “La guerra es un asunto demasiado importante para ser dejada a los generales.” Luego fue el turno para que el abogado alemán Konrad Adenauer, quién sabe si parodiando al galo, dijera: “La política es demasiado importante como para dejársela a los políticos.” Ambas disciplinas, guerra y política, tienen infinidad de coincidencias y, al menos eso parece, escasas diferencias. Más bien las divergencias son de forma, pero ambas suelen ser sanguinarias. Muchas veces he tenido la sensación de que  esa ciencia que estudia al Estado es aún más feroz, y a veces nauseabunda, que el arte de las armas. Estas últimas entregas que he venido haciendo han sido con el interés, e intención, de aportar claridad al panorama actual de nuestro país. He recibido en las últimas cuatro semanas mensajes de todo tipo, unos más sutiles que otros, otros menos cuidadosos siquiera de las formas.  Muchos diciéndome que hasta cuando sigo dándole tribuna a resentidos, chismosos, y derrotados. Han sobrado las descalificaciones, pocas han sido las voces que han hablado de la necesidad de abrir una discusión en lo ético para darle nuevos aires a nuestro estamento político, que por lo visto ha terminado por convertirse en un sumidero –por no decir albañal-  donde van acumulándose miserias de toda laya.  Siguen apareciendo voces que continúan hablándome y señalando con nombres, fechas y apellidos, situaciones que ojalá nunca más volvamos a padecer y que no dejaré de publicarlas aquí en mi tribuna.  Es mi aporte y no dejaré de hacerlo, ruego a Dios –si es que existe y aún se acuerda de Venezuela- para que un manto de lucidez nos recubra y aleje este enlutado sudario con el que cargamos desde hace largo tiempo… tanto que fueron esos polvos los que nos condujeron a estos rojos lodos del chavismo que ahora padecemos.  Escribo estas líneas para pedirle a todos aquellos que insisten en pedirme moderación en lo hasta ahora publicado, que dejen de joder pues no dejaré de seguir escarbando en la cara real de las trapisondas que en Venezuela maquillan de política. Hoy les entrego la primera parte de una larga conversación con Carlos Fernández, quien fuera presidente de FEDECAMARAS, luego de la payasada ejecutada y protagonizada por Pedro Carmona Estanga en abril del año 2002.

  “Yo sabía el riesgo que estaba corriendo al asumir la presidencia de FEDECÁMARAS, lo sabía tanto que al directorio, que me tocó presidir después de que Carmona toma la decisión de ser presidente de la Republica, le digo que yo era un hombre de asumir riesgos y que sabía lo que estaba asumiendo; pero esperaba del empresariado que asumiera la posición que yo tenía que asumir en los momentos que lo debía hacer.  Eso no lo entendió el empresariado, porque los capitales simple y llanamente no tienen nacionalidad, ni compromisos; los capitales van donde hay seguridad y más rentabilidad, la solidaridad es personal, no  empresarial. Tuve algunas solidaridades muy cortas y pequeñas de algunos empresarios pero no de las empresas, y lo entiendo. Por supuesto que hubiera sido más provechoso si esa solidaridad de los empresarios hubiera sido más manifiesta, lo que pasa es que a rey muerto, rey puesto. Tú asumes tus riesgos, asumes tus decisiones pero eso es tuyo, no mío… Y eso pega.”  Carlos Fernández fue presidente de la otrora poderosa Federación de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción de Venezuela, donde se aglutinan los gremios empresariales del país.


Aragonés de nacimiento, no tenía todavía siete años de edad cuando llegó desde su Zaragoza natal a vivir en Caucagua, en la zona de Barlovento, estado Miranda. Su voz es tranquila, no refleja los infiernos que ha vivido en los últimos doce años. Personas que lo conocen me dicen: “Uno cree que llegó aquí jodido, pero cuando ves todo lo que ha sido el caso de él piensas que fue demasiado: familia, amigos, conocidos, todo el mundo se le volteó, y él solo ha podido sacar a sus dos hijos adelante. No las ha tenido nada fácil.” Otra persona me comenta “fui testigo de una comida con un expresidente de FEDECÁMARAS quien supuestamente le iba a echar una mano, lo que hizo fue pintarle una bien grande y de vaina que no tiene que pagar la comida.” El propio Fernández explica que conserva “su fortaleza, y su fe en un Dios que me ha puesto unas pruebas duras, difíciles, pero que jamás me ha abandonado y que sabe que puedo cargar esa prueba y aquí estoy.”

El orgullo se le desborda cuando habla de Carlos Eduardo y Carlos Antonio, sus dos hijos, con quienes ha logrado sobrevivir al feroz ostracismo que le ha impuesto el gobierno venezolano. Llegó a Estados Unidos con 3.000 dólares americanos y fue hace sólo dos años cuando recibieron, ¡por fin!, la green card, que les ha permitido insertarse de manera formal en la comunidad norteamericana. Fueron diez años de un penoso limbo que algunas voces me aseguran estuvo forzado por el poder ejecutivo venezolano, como condición sine qua non cuando otorgó a dedo la concesión de la llamada plataforma deltana a la muy imperialista empresa Chevron. Cosas veredes Sancho… Sin embargo, “el hombre del pelo blanco”, como solía decir la mayoría de los venezolanos cuando le veía en sus constantes apariciones en todos los medios de comunicación de Venezuela, no deja de emocionarse cual niño cuando cuenta cómo tuvo que aprender a hacer todo para poder ocuparse de sus muchachos como Dios manda. “Yo no sabía hacer nada, y hasta arepas aprendí a hacerles. También a lavar, planchar, todo.” Explica con toda la sencillez del mundo como se levanta a las seis de la mañana para preparar la comida que Carlos Antonio se lleva para almorzar en la calle entre los turnos de clases y su trabajo. Les doy fe que conmueve oírlo contar su rutina doméstica.

En la medida que seguimos hablando sus recuerdos se van hilvanando. Admite que “No conozco mucho España. Mi padre vino a Venezuela para administrar AGRINCO, una empresa dedicada al sector agrícola y que existía en casi toda América Latina. Existían Agrinco Venezuela, agrinco Brasil, Agrinco Argentina, donde grupos de empresarios locales se asociaban. En el caso de Venezuela allí estaban los Delfino, el catire Lovera, los Benarroch, y otros que no recuerdo. Cuando llegué a Caucagua se iba por la carretera que hicieron los presos de Gómez por el cerro, y existía una línea de autobuses que se llamaba Amigos del Pueblo.” Estudió primaria en la escuela Germán Roscio de esa localidad, y al concluir el sexto grado lo llevan a Caracas para estudiar en la Escuela Técnica Industrial, cuya sección básica estaba en Los Mecedores, al pie de El Ávila. Luego pasa a la sede de la Escuela Técnica Los Chaguaramos, donde ahora funciona la Facultad de Ciencias de la Universidad Central de Venezuela. “Yo estaba ahí cuando se da el allanamiento de la ETI, yo estaba estudiando Ingeniería Mecánica, y ese día mataron a un muchacho que era compañero de clases, nosotros tumbamos el muro que nos separaba de la Universidad Central, y para poder salir, porque todo estaba rodeado por la policía que se llevaba a todo el que fuera estudiante, boté los carnets, los cuadernos y todo, y me escabullí agarrado de la mano con una señora y un niño que iban saliendo como si fuera familia de ellos. Yo tendría en ese momento como 18 años. Vivía en un apartamentico que mi padre pagaba una habitación, quedaba en Fuerzas Armadas con Urdaneta, en el edificio PFAFF, que tenía la máquina de coser, y los viernes salía al Nuevo Circo a agarrar mi autobusito pá irme pá la finca a Caucagua. Llegaba los viernes en la noche y los domingos me regresaba, la finca era de naranja. Tenía un caballo que era como el del Llanero Solitario, ¡blanco!, se llamaba Rechoncho, un animal hermoso que se podía jugar baraja arriba de él. Era tuerto porque una espiga me le sacó un ojo, y tenía una verruga en una pata que yo con la cerda de la cola le hacía un nudo y se la iba apretando todas las semanas hasta que logré tumbársela. Eso me lo habían enseñado los campesinos de allá, era un caballo muy particular al que tenía suelto. El sábado en la mañana yo le ponía un tobo con agua de papelón debajo de una mata de tapara, yo a veces por echarle broma le ponía el tobo pero con agua, se calentaba ese caballo y me pelaba los dientes… Otras veces yo salía a buscarlo y él dejaba que llegara prácticamente a su lado y echaba a trotar, y cuando ya me cansaba de estarlo persiguiendo, me devolvía hacia la casa y él se venía atrás.”

Años más tarde, AGRINCO traslada a su padre al estado Carabobo, donde atendía dos fincas, una de cítricos en Guigue “que daba pa´l lago de Valencia y en Tocuyito había otra donde tenían sembrado parte madera y caña de azúcar, esa última daba a la carretera que va a Campo Carabobo, eso luego se parceló y se construyó la Urbanización La Esperanza, pero en aquel momento era caña, y una de mis misiones era atender las bombas de agua para regar la caña. Yo tenía que ir, unos motores muy grandes con bombas de pozos profundos y tenía a mi cargo su mantenimiento, debía ir a las dos, a las tres de la mañana, a la hora que me tocara. A los 17 años ya estudiaba y trabajaba, y me tocó en varias oportunidades que mi madre me iba a servir la comida a las 7 de la noche y yo me quedaba dormido. De verdad era fuerte, entre estudiar y trabajar tenía unas 18 horas todos los días.” Poco tiempo después crea su primera empresa, un taller mecánico: Talleres FerCon, “me traje un muchacho que se llamaba Contreras por eso era FERCON: Fernández Contreras, estaba en Tocuyito y ya me había comprado un camión que lo tenía trabajando haciendo viajes a nivel nacional, ahí ya tenía 20 años, y ese camión lo había comprado con mi plata que me había ganado. Era un Ford de los viejos, usado, y ahí empecé; después compré otros más. Luego estudié Administración de Empresas, e hice el asesoramiento al Banco Nacional de Descuento, que construyó la sede donde yo tenía el taller en Tocuyito y le hice toda la parte de mercadeo. Estamos hablando del año 70, y me caso por primera vez. Ya tenía una casita que había comprado ahí mismo en Tocuyito, en la urbanización Pocaterra. Ahí nace que entro al gremio de los ferreteros, porque mi suegro tenía una ferretería y me pide asesoramiento, yo le hago un perfil completo de todo lo que era transporte vehicular para el reparto de bloque, arena, y todo eso. Duré casado 10 años y en ese tiempo desarrollé varias empresas y participé dentro del gremio de los ferreteros concreteros que se llamaba Asociación de Concreteros y Ferreterías del estado Carabobo, donde llegué a ser vicepresidente.”

Son tiempos en los que genera una serie de propuestas que se materializan, crea junto a un grupo de inversionistas VENCOSA, Venezolana Concretera Sociedad Anónima, donde fungía como vicepresidente de la empresa, “yo manejé eso y con mis influencias dentro del sector bancario por el vínculo con el BND, más una cantidad de contactos que hice con las plantas cementeras, a esa empresa que no tenía liquidez le movía su capital hasta 5 y 6 veces en el mes. A veces tenía sobregirado un millón de bolívares, que era mucho real, eran 250 mil dólares, pero lo lograba cubrir siempre. Eso me permitió que la empresa tuvo un crecimiento formidable, grande. Cuando me divorcio monto REFERCA, Representaciones Fernández Compañía Anónima, y mi empresa llegó a vender más de millón y medio de sacos de cemento al año, aparte de cemento a granel que se suministraba a premezclados. Hice un equipo de cisternas y de camiones, llegué a tener veinte y pico vehículos pesados, ahí me traigo a un hermano que lo tenía mi padre, que no quiso estudiar más , en la panadería, y me lo traje y lo enseño el mantenimiento de los vehículos de Transporte FerCon, que tenía la flota de camiones que le prestaba servicio a las plantas y a la empresa REFERCA, que era la distribuidora de cemento a nivel nacional. Me traje a mi padre, lo saqué de la Finca, me traje a otro hermano, el mayor, a todos me los traje y les di el 25% a cada uno, sin poner ellos un solo bolívar. Y creció la corporación, tuvimos después una fábrica de cal: CalFer, hicimos una planta de pego, exportábamos para las islas del Caribe. Fundamos INFERPECA que era Inversiones Fernández, nosotros llegamos a los constructores: ¿Cuántos sacos de cemento o cuántas toneladas de cemento necesitas? yo te lo doy y me das tantos apartamentos, un intercambio interesante porque a ellos les servía y nosotros adquiríamos una propiedad sin construirse todavía a un precio ya establecido. En aquel momento, empezando los años 80, el capital de las empresas entre activos y patrimonio era de más de mil 500 millones de bolívares en aquel momento de un dólar a 4,30…”


La cadena de éxitos lo va impulsando dentro del mundo empresarial y comienza a figurar en cargos organizativos que lo conducen a FEDECÁMARAS en los años 90. Durante 6 años fue parte del Consejo de Economía Nacional, donde estuvo con Gastón Parra Luzardo y Tobías Nobrega, “y jamás pensé que era lo que demostró después.” Todo esto lo evoca sin melancolía, asegura que no es fácil encontrarse de un día para el otro con una mano adelante y otra atrás, “y con mis dos muchachos, que siempre han sido mi gran angustia, que ellos coman y tengan donde vivir. Por eso es que ha sido triste para mí la actitud de gente de la que no supe más nunca, como Hugo Fonseca Viso. Pero así como ese caso, por otro lado debo reconocer una persona que estuvo a mi lado y que ha sido como mi segundo padre, tal cual lo aprecio y lo respeto: Eddo Polessel, él estuvo y está. Es un hombre que está pendiente todos los años. ¿Traiciones? Albis Muñoz y sus relaciones con gente del régimen, tengo las pruebas; Merentes era su íntimo amigo, así como Tobías Nóbrega y Diego Luis Castellanos. Supe de reuniones de ella siendo presidente de FEDECAMARAS con gente del régimen. Salía y en las tardes, en las noches, se reunía con ellos y tenía línea directa con Chávez. Te pongo otro ejemplo: hubo un tiempo que ya aquí traté de mantener de alguna manera mis empresas y hay un caso, del que ni vale la pena dar su nombre, que cuando mi administradora fue a presentarle unas facturas pendientes la respuesta que le dio fue: dile que me venga a cobrar él…”

© Alfredo Cedeño