sábado, 2 de enero de 2016

“En Venezuela impera una dictadura totalitaria”

Octavio Lepage es el único expresidente vivo que tiene el país. Considera que “en Venezuela ha faltado garra y sobra resignación” para enfrentar los abusos de los gobiernos chavistas, a los que compara con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez

—Ya que esta entrevista es para la página web de Runrunes, te pido que le saques a Bocaranda el secreto de la eterna juventud y me lo transmitas –dice Octavio Lepage.

—¡Pero usted se ve muy bien! El 24 de noviembre va a cumplir 92 años. ¿Cómo es la vida de un político retirado a esa edad y en Venezuela?

–Es una vida tranquila. Uno después de haber dedicado tanto esfuerzo, tanto tiempo, tantas preocupaciones, tantas angustias, tantas satisfacciones a la lucha por la democracia en Venezuela, debería estar absolutamente tranquilo y feliz, pero por desgracia esta tragedia, este drama que se ha abatido sobre Venezuela no me permite estar tranquilo y mucho menos indiferente. Dreno mis angustias y mi indignación a través de una columna de opinión que reparto exclusivamente por correo electrónico desde hace mucho tiempo. Se llama “Hoja de ruta”. Escribo dos artículos a la semana.

–¿Cuál es su diagnóstico de lo que sucede actualmente en Venezuela?

–En Venezuela impera una dictadura: una dictadura de la modalidad más peligrosa, que es la dictadura totalitaria. El pequeño margen de libertades que todavía existe es una cosa perfectamente calculada para proyectar hacia el exterior una imagen de cierta flexibilidad, pero en la práctica la represión es brutal.

–¿Es una dictadura peor que la de Pérez Jiménez?

–Peor que la de Pérez Jiménez. La de Pérez Jiménez era una dictadura primitiva, de esas que consideran al opositor como enemigo, tratan de acabar con él y cuando menos lo encarcelan durante mucho tiempo. Yo estuve preso 4 años y luego 4 más en el exilio. Nunca fui llevado ante un tribunal, pero tampoco me torturaron. Claro que tuve la suerte de caer preso en el 50, cuando todavía la Seguridad Nacional estaba dirigida por un hombre más o menos civilizado, Jorge Maldonado Parilli, y no había llegado ese psicópata asesino que fue Pedro Estrada, que mató a Leonardo Ruiz Pineda, a Antonio Pinto Salinas, etcétera. Mientras estuve preso en San Juan de los Morros, trasladaron allí a Alberto Carnevali, que había caído. Estaba en el pabellón Hospital, de la Penitenciaría. Había otros 180 adecos encarcelados y pedimos permiso para visitarlo. Nos lo negaron rotundamente. Cuando Carnevali muere, en plena cárcel, nos prohibieron verlo en su lecho de muerte. Una crueldad extrema. Pero la vida nacional, durante el perezjimenismo, seguía con normalidad. En cambio el actual es un gobierno que persigue, inventa delitos, condena con base en documentos amañados y no le importa la opinión pública nacional ni internacional, característica típica de la dictadura totalitaria, como la cubana.

–¿Por qué usted tiene prohibición de salida del país?

–Tengo prohibición expresa desde mayo de 2008 por lo que llaman “la masacre de Yumare”. Yo era ministro del Interior de Jaime Lusinchi. En la época de la guerrilla, el gobierno había creado teatros de operaciones para facilitar la movilización de las Fuerzas Armadas en la persecución de los grupos rebeldes. Uno de esos teatros de operaciones estaba en Yumare y no había sido clausurado porque en los valles cercanos, los valles del río Aroa, seguía operando un pequeño núcleo de resistencia armada que no se había acogido a la conocida política de pacificación. La pacificación permitió que se reintegraran a la vida civil normal muchos de los jefes guerrilleros y dirigentes como Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff, Germán Lairet. Algunos fueron hasta ministros. Manuel Quijada y Lairet fueron hechos presos en el Porteñazo. Sin embargo, Lairet fue ministro de Trabajo de Carlos Andrés Pérez y embajador en Uruguay, y Quijada fue ministro de Justicia con Rafael Caldera. Pompeyo fue ministro de Fronteras, los cinco años del gobierno, también con Caldera. La pacificación fue una cosa real. Ahora, esos guerrilleros de los valles del río Aroa no se habían acogido a la ella y sobrevivían básicamente mediante la vacuna, es decir, pidiéndoles dinero a los ganaderos y agricultores de la zona, quienes, por supuesto, insistían con terquedad ante el gobierno para que se reestableciera la paz en el lugar. Entonces se dio la instrucción de que las fuerzas oficiales salieran a perseguir a ese núcleo de guerrilleros reacios a pacificarse. Iba una columna de la Disip, comandada por el comisario Henry López Sisco, y cuando llegó a la entrada de una colina boscosa, le dispararon. López Sisco fue herido en el abdomen y estuvo entre la vida y la muerte varios meses. Perdió el bazo. Eran 9 guerrilleros y todos fueron muertos en el tiroteo. Ahora dicen que eran unos jóvenes idealistas, unos jóvenes a los que les gustaba la vida bucólica, la vida campesina, que eran poetas… Por lo demás, ningún ministro del Interior tiene una instalación que le permita seguirles la pista a todos y cada uno de los funcionarios policiales dependientes de organismos adscritos a su despacho. Si un policía comete un abuso o un exceso, el ministro no puede pagar por eso.

–Pero cuando alguien ocupa la titularidad de un despacho ministerial, doctor Lepage, es responsable de su funcionamiento.

–Es responsable políticamente, pero no de los abusos de cualquier policía desquiciado. Si así fuese, todos los presidentes estarían en la cárcel.

–Podríamos incluir aquí el caso de Jorge Rodríguez padre, que fue torturado y asesinado mientras usted era ministro del Interior.

–Fue un abuso policial. Yo estoy en mi despacho y me llama Arístides Lander, director de la Disip. Me dice: “Ministro, se nos acaba de morir Jorge Rodríguez en un interrogatorio”. Le pregunto de qué ha muerto y me contesta que de un infarto. Le digo: “Véngase inmediatamente junto con los policías que lo interrogaban y el médico”. Cuando llegaron a verme, les dije que aquello era un embuste. “Se les fue la mano y lo mataron”. Yo ni siquiera me había enterado de que Jorge Rodríguez estaba preso. Delante de ellos llamé de inmediato, por el teléfono interministerial, a José Ramón Medina, que era el fiscal general, y le dije: “José Ramón, aquí tengo a unos funcionarios que quieren hacerme creer que Jorge Rodríguez murió de un infarto durante un interrogatorio. Estoy convencido de que lo mataron en la tortura, así que te ruego abrir una investigación e ir hasta el fondo del asunto”. Esa es la historia.

–Pero el chavismo lo sigue tildando a usted de asesino.

–Y seguirán, de la misma manera en que yo podría llamar a Maduro “el asesino de los 43 estudiantes”. Pero no lo voy a hacer porque él no fue el asesino de esas personas sino las fuerzas represivas. Sin embargo, hay que decir, la naturaleza de este gobierno es perfectamente compatible con esos excesos.

“Yo tengo mucha sangre fría, sí. No soy un hombre que se deja arrastrar por sus reacciones elementales”

–Fue ministro del Interior tanto de Carlos Andrés Pérez como de Lusinchi. Siempre se ha dicho que ese ministerio es el más difícil, porque requiere de un hombre de sangre fría. ¿Es usted un hombre de sangre fría?

–Yo tengo mucha sangre fría, sí. No soy un hombre que se deja arrastrar por sus reacciones elementales, sino que se controla, razona, piensa, mide las consecuencias de sus actos. No soy un hombre inclinado a la violencia.

–Además de ministro, fue diputado, embajador, incluso presidente encargado de la República, ¿no extraña el poder?

–Creo que sí, pero siempre estuve resignado a no estar en el poder porque creía y creo en la renovación generacional.

–Al morir Ramón J. Velásquez, usted se convirtió en el único expresidente venezolano con vida. ¿Se había dado cuenta?

–Me lo han recordado, y me parece curioso. Yo no estaba consciente de eso. La primera vez que se refirieron a mí como “el expresidente Octavio Lepage” me sentí medio raro. Pero es verdad, yo fui presidente constitucional. Por 15 días, pero constitucional.

–¿Cómo fue ese día de mayo de 1993 cuando destituyen a Pérez y usted asume el control del gobierno?

–No recuerdo los detalles. Yo lamenté muchísimo y consideré una arbitrariedad infinita esa decisión de la Corte Suprema. En ese caso no se administró justicia. Fue una vaina movida por el odio, por ese grupo que animaba lo que se llamó la antipolítica y que gracias a un fiscal vengativo logró una sentencia contraria a Carlos Andrés.

–Habla usted de los llamados Notables, a cuya cabeza estaba Uslar Pietri, y del fiscal Ramón Escovar Salom.

–¿Y de quiénes más?

–¿Cómo se explica que un hombre tan despierto como CAP nombrara como fiscal general de la República a un hombre que él sabía que le tenía rencor?

–Es una muestra de la fibra democrática de Carlos Andrés. Esto se ha contado muchas veces. Seguramente tú conoces la historia pero te la voy a repetir. Todos los lunes, en un desayuno en La Casona, se reunía el presidente con el buró político de Acción Democrática, del cual yo formaba parte. Un día, uno de los puntos a tratar era escoger candidatos para la Fiscalía General. Surgió el nombre de (Rafael) Pérez Perdomo, pero alguien dijo que no porque había sido abogado de Pérez Jiménez. Carlos Canache Mata, por generosidad, por descuido o falta de malicia, tomó la palabra y echó este cuento: “En mi reciente viaje al exterior, pasé por París y allí me invitó a comer el embajador Escovar Salom y me dijo: ‘Mire, Canache, he visto por la prensa que están buscando a un candidato a fiscal. Yo ofrezco mi nombre”. Carlos Andrés escuchó y respondió que no tenía ningún inconveniente. Incluso yo, que estaba distanciado de Escovar desde la época de la resistencia contra la dictadura, voté en favor de su designación. David Morales Bello intervino: “Presidente, usted se va a arrepentir de esta decisión. Ese hombre lo va a enjuiciar”. Profético.

–¿Y qué dijo Pérez?

–Dijo que no, y que iba a nombrar fiscal a Escovar Salom. Y lo nombró.

–¿A qué se debía el distanciamiento de usted con Escovar?

–Cuestión de estilo. Escovar Salom siempre fue demasiado prudente para mi gusto. Cuando yo dirigía la resistencia de AD, lo llamé para unas tareas y lo encontré vacilante. Le dije: “No, chico, tú lo que tienes es miedo. No te busco más”.

–Insisto en esto: ¿cómo fueron sus días como Presidente?

–Normales. Me senté a esperar que el Congreso nombrara al verdadero sucesor de Carlos Andrés. No tomé ninguna decisión importante. Hubiera sido ridículo. Lo que hice fue mantener la formalidad.

–Me gustaría leerle un fragmento del libro Memorias proscritas, donde Carlos Andrés dice algo interesante sobre usted: “Después de destruir la armazón constitucional y de hacer cómplices a AD y a Copei de esa situación, y también a mí mismo, los dos partidos tienen que asumir la responsabilidad de dar una solución sobre quién será la persona que asumirá la Presidencia de la República. Inicialmente se tiene la idea de que el presidente del Congreso, que asumió la presidencia, continuará, pero esto crea dificultades en AD. Será muy difícil que los otros grupos políticos acepten a Lepage como Presidente sustituto. Por lo que me contaron, fue muy traumática la reunión que tuvieron (Luis) Alfaro y otros compañeros con Lepage para hacerle ver que él no terminaría mi mandato, que vendría Ramón J. Velásquez u otra persona como Presidente. Lepage esperaba ser el sustituto definitivo”.

–Eso no es verdad. No voy a elogiarme a mí mismo, pero yo entendí perfectamente bien lo que estaba pasando. Era una gran crisis política. Una crisis política de fondo. Y yo no podía esperar que una crisis que había determinado la renuncia y el enjuiciamiento de Carlos Andrés Pérez, me abriera a mí un camino.

“Olvidamos, que además de construir obras materiales, había que fortalecer… y la conciencia de la gente”

–¿En qué falló la generación a la que usted pertenece?

–Creo que fallamos al olvidarnos de que, para arraigar y dar frutos, la democracia necesita una tierra abonada. Venezuela era un país muy atrasado económicamente, con un alto porcentaje de analfabetismo, azotado por el hambre y las enfermedades, y nosotros actuamos tácitamente como si Venezuela fuese un país con un mayor desarrollo educativo, cultural y ciudadano. Olvidamos que, además de construir obras materiales, había que fortalecer la capacidad y la conciencia de la gente para que fuese sustento poderoso de la democracia.

–Llegaron al poder y se sintieron guapos y apoyados.

–Solo apoyados.

–¿Cómo se explica que se hayan olvidado de algo tan sustancial?

–Entre otras cosas, por inexperiencia política.

–¿Esa es la explicación de por qué llegamos a la situación actual? ¿Cómo es posible que, a pesar de eso que usted está diciendo, Venezuela se lanzara al abismo y, para colmo, con aires de fanfarria?

–Yo tampoco me lo explico. Creo que los demócratas no actuamos, de forma homogénea, desde el primer día, para cerrarle el paso a la instauración de este modelo totalitario importado desde Cuba. Desde el principio los miembros del chavismo comenzaron a faltar a la Constitución, ¡aprobada por la Constituyente convocada por el mismo Chávez!, y los líderes de la oposición no se enfrentaron resueltamente a ese atropello. Así fue como los “revolucionarios”, entre comillas, ganaron terreno y ocuparon parcelas de poder que no les correspondían.

–¿Hubo un cierto adormecimiento?

–¿Cierto? ¡Hubo un total adormecimiento! ¡Sospechoso adormecimiento!

–¿Por qué sospechoso?

–Porque no se concibe que dirigentes políticos no hayan sido lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de lo que estaba en marcha y actuar en consecuencia.

–¿Se refiere a dirigentes adecos?

–Básicamente a dirigentes adecos.

–¿A quiénes?

–No voy a mencionar nombres porque no me interesa. Nosotros, padres de esta criatura, debíamos haber estado más alertas en la defensa de la Constitución y de la estructura del estado democrático. Yo me imagino que habrá gente que pensará que actuar así es lo normal, porque no hubo, desde el principio, un grupo de líderes que hicieran las denuncias correspondientes y con fuerza.

–¿Cómo evalúa la resistencia de la sociedad civil a lo largo de estos casi 20 años?

–La sociedad civil ha hecho una resistencia pasiva. Es muy difícil que la sociedad civil reaccione si los partidos y otros organismos de poder no lo hacen.

–¿Cree que ha faltado garra?

–Totalmente. En Venezuela ha faltado garra y ha sobrado resignación.

–Pero es que la gente tiene miedo de que le quiten la vida, doctor Lepage.

–Y tiene razón, pero en política hay que crear condiciones para que la gente se anime a defender sus derechos. Ahora, si los dirigentes no actúan, es muy difícil que la gente lo haga espontáneamente… Salvo los estudiantes, que lo pagaron caro: 43 muertos en las manifestaciones del año 14.

–¿No le parece que La Salida fue un error?

–En absoluto. Si no hubiera sido porque los estudiantes agitaron la calle, hoy estaríamos peor que antes.

–¡Pero los dirigentes de La Salida prometían tantas cosas! Primero ilusionaron con que esto estaba listo y luego inventaron la Asamblea Constituyente, que no se sabe en dónde quedó, etcétera, etcétera.

–Ellos no prometían nada. Eran posibilidades que proponía un sector particular de la oposición. Lo que exigían era el derecho a manifestar pacíficamente.

–Lo que es innegable es que la unidad es una realidad dentro de la oposición, pese a las diferencias que todo el mundo sabe que existen.

–Sí, Chuo Torrealba ha hecho lo posible por acertar en su conducción de la oposición.

–¿Qué haría si tuviera 30 años?

–Me imagino que estaría con los muchachos.

–¿Va a votar el 6 de diciembre?

–Por supuesto. Aunque las elecciones del 6 de diciembre serán bajo estado de sitio, con amenazas. Eso es lo más atractivo para el Gobierno.

–Hay gente que piensa que no habrá elecciones.

–Sí habrá. El Gobierno las hace porque, aunque no le importa la opinión internacional y mucho menos la nacional, quiere evitar que se diga que esto es una dictadura por la calle del medio.

–¿Saldremos de esta larga crisis por elecciones?

–No sé si saldremos por elecciones, pero en todo caso las elecciones son un paso hacia la solución.

–¿Cuánto costará reconciliar al país?

–Mucho, mucho trabajo. Esta gente, que encontró un país unido, lo ha separado por barreras de odio: odio social y odio político.

–¿Conoció a Chávez?

–Nunca hablé con él. Lo vi en el Congreso el día de su investidura. Hoy lamento no haber tenido el coraje de levantarme y abandonar la sesión. No he debido quedarme. Me lo reprocharé siempre. Era inaceptable que un hombre hablara así en un parlamento. Tenía una actitud insoportable de pedantería, arrogancia e irrespeto a los principios de la democracia. He debido irme en un gesto de protesta individual.

–Sigue usted hablando como ministro del Interior.

–Bueno… –dice Lepage, y lanza una carcajada.


DIEGO ARROYO GIL