lunes, 15 de febrero de 2016

¿Nacho?… que b…

Hay que comprender que en esta sociedad mediática y frívola, donde los tatuajes y sobrenombres evocan esa aura carcelera exaltada por tantas películas, el éxito –por llamarlo de alguna forma- de quien se dedica al espectáculo depende en gran medida del nombre artístico que se adopte, aun renegando a su propia madre que con tanto cariño lo mandó a bautizar con un nombre mucho más importante para toda su estirpe. De paso, eso vale tanto para los artistas como para los pranes, porque no se puede ser célebre con nombres largos o exóticos y difíciles de pronunciar, ya que ello requeriría de demasiado esfuerzo mental y linguístico de un público autocomplaciente.

Pero así es, por eso Nacho pa’ la Asamblea Nacional como orador de orden en el Día de la Juventud. Nacho, el propio, el mismo socio de negocios del Chino.

Entendámonos: ni al pana Nacho, ni al Chino nadie les puede negar su mérito como artistas, sus esfuerzos por mejorar y sus inquietudes sociales. Más aun, estamos seguros que ellos representan a la mayoría de la juventud venezolana actual; o mejor dicho, que es esa misma juventud la que desea ser representada por estos personajes, porque se reflejan en ellos, y sin lugar a duda a muchos se les ha pasado por la mente haber querido dedicarse a esa misma actividad.

Lo que ni Nacho ni el Chino saben es que por más hacendosos y talentosos que sean en su actividad, por más poética y estética –perdonen los puristas por estos términos casi sagrados en ciertos círculos literarios y filosóficos- que contengan sus creaciones, y por más que millones de jóvene se vean reflejados en ellos y quieran emularlos, ni ellos –nada personal, ni mucho menos- ni prácticamente ningún artista pueden pasarse de esa raya que diferencia a quienes pueden y deben ser una referencia cultural de quienes ni objetiva ni éticamente deben serlo, entendiendo por cultura no la acumulación de costumbres, sino el enriquecimiento espiritual derivado de largos procesos de abstracción durante otros igualmente largos lapsos de estudio de alguna disciplina; la que sea, siempre que se aborde con rigor.

A Nacho y al Chino alguien debería explicarles que ellos son un subproducto –más o menos de cierta calidad, de acuerdo al baremo del Grammy- de una tecnología que ha hecho de lo audiovisual una religión con la cual se nos bombardea a cada segundo de nuestra existencia, y que siendo sin embargo multicanal, quien se ubica en una línea de gustos determinada jamás podrá salir de ella sin un esfuerzo personal. Por eso es que cada grupo de jóvenes es esclavo de un tipo particular de música, que puede ser la salsa, el RAP, o el reggaeton -más no de la ópera o la música sinfónica del Romanticismo-, una esclavitud que se consolida desde el feto, porque radios y televisiones, mp3 y demás artilugios se encargan de ir moldeando el gusto desde esa etapa a través de las preferencias musicales de la familia donde se vendrá al mundo.

Y con todo respeto, eso también vale para Rubén Blades y Juan Luis Guerra,  grandes cantantes y mejores poetas, pero que no son ni Verdi ni Brahms, sino que al igual que Nacho y Chino se ubican en la categoría de menores, como muchísimos filósofos de la antigüedad, o escritores contemporáneos de pulp fiction que cumplen un rol honorable de entretenimiento, que no es poco, pero no es más  que eso.

También deben explicarle que los medios de comunicación, audiovisuales, impresos y digitales, hace décadas que dejaron de preocuparse por el mejoramiento intelectual de sus consumidores, despojándose de toda formalidad para convertirse en máquinas difusoras de publicidad, y que su propiedad responde a intereses cruzados muy dispares pero con un objetivo común de hacer mucho dinero, como los bancos, corporaciones de publicidad y marketing, inversores que desean diversificar su riqueza, estudios de cine, corporaciones productoras de música, etc. Por tanto, el que una canción se imponga, o un libro, una obra de arte contemporánea –sea pintura, escultura, cine, o lo que se nos venga a la mano para considerarlo como “arte”- no necesariamente responde a criterios de calidad, sino que probablemente, y en una proporción mucho mayor que ésta,  la difusión y la popularidad impuesta responderá a intereses determinados.

Como el ser humano tiene la manía de andar buscando referencias de comportamiento, por no decir a alguien que le dirija la vida, para así no esforzarse mucho en pensar y decidir –y para ejemplo allí están las religiones-, pues si una radio nos mete a cada rato una cantaleta ésta se convertirá en un “éxito”, fundamentalmente porque se difunde con frecuencia y nadie se atreve a decir que es un bodrio, porque, al fin y al cabo si lo dice la radio, si así opinan en la prensa, si así insisten en la televisión, pues entonces debe ser cierto. Nacho y el Chino son demasiado jóvenes para valorar la imposición de una reina de belleza en una alcaldía metropolitana, y la torta que puso como candidata a la presidencia, facilitando muchísimo el camino a Chávez; y aunque obviamente el culpable fue quien la puso allí, a ella no se le puede eximir del delito de temeridad por haber aceptado una misión para la cual ella sabía que no estaba a la altura. Nuestros dos artistas, sin embargo, sí tienen la edad suficiente como para apreciar la nefasta experiencia que para el país representa el Potro Álvarez, quien no es artista sino deportista; porque ser popular no es sinónimo de ser buen gobernante. Y eso va también con todos los periodistas de bando y bando que a cuenta de ser muy conocidos los han puesto de candidatos para ganar votos: ser buen comunicador social no es garantía de nada, salvo de eso.

Esta alienación espiritual mediática difiere del significado que le asignó Marx, puesto que él hablaba de ese estado de agotamiento físico y espiritual de una vida monótona y sin esperanza de cambio, dentro de un marco de pobreza, de necesidad material y espiritual muy diferente a los colorines que la frivolidad mediática le presenta a la juventud contemporánea, disfrazando sus intereses con canciones de contenido social como el RAP –que generan millones de dólares de ganancias a toda la cadena de producción, gracias a los millones de incautos que se lo creen-, o con acciones de marketing que hicieron que miles de jóvenes quisieran ser futbolistas como Beckam, o cantantes como su esposa –quien afirmó que nunca se había leído un libro durante su exitosa vida como cantante, y ahora como “creadora” en el mundo de la moda-, o como tantos deportistas y cantantes, cuyo talento en ese oficio y cuya habilidad como empresarios nadie duda, pero que fuera de ello presentan una ignorancia rayana en el analfabetismo funcional.

Visto así entonces, ni Nacho ni el Chino deben ser referencias a imitar por parte de la juventud, al menos la venezolana, que es la que nos concierne, y por tanto su tribuna como artistas debe limitarse a su producción musical. Si alguno de ellos quiere dedicarse a la política o al activismo cívico pues que se baje de la tarima, que estudie, se cultive, y que comience a mojarse, como lo hacemos todos quienes deseamos ser agentes de cambio social.  Y que no nos vengan con el cuento de que el artista es un agente de cambio, porque la persona del artista no es la misma persona despojada de esa tribuna -por ejemplo, se puede admirar a Neruda como poeta, más fuera de ese ámbito ese caballero fue un miserable que hasta se vanaglorió de haber violado una encargada de limpiar habitaciones en un hotel donde se alojó.

Y visto así entonces, además, nos gustaría saber quien fue el genio que tuvo la ocurrencia de escoger a Nacho como orador de orden ante la Asamblea Nacional con motivo del Día de la Juventud, porque abrirle esa sagrada tribuna a artistas que ganan mucho dinero dentro de la comentada frivolidad, y que son partícipes del embrutecimiento colectivo y de la unidimensionalidad cultural, no es lo que la juventud venezolana necesita recibir de quienes tienen la responsabilidad de cambiar este desorden. Por lo demás, a Nacho, al Chino, y a todos los demás artistas venezolanos y globales, se les oye y se les ve a cada rato en esta invasión mediática que ha llegado para quedarse en nuestras vidas, mientras que a un joven humilde que es buen estudiante de liceo o universidad, o a una esforzada madre soltera trabajadora, que da lo mejor de sí de día, para irse a estudiar de noche y llegar agotada a acariciar a su prole, a ellos -que si acaso ganan una miseria y que también los vemos en todas partes y todos los días- bien podrían haberle dado esa tribuna como verdaderos representantes de nuestra juventud.

¡A ellos pues!, que sufren por el crimen y el desempleo, junto a la pobreza a la que el chavismo los ha llevado, junto al embrutecimiento espiritual derivado de una educación deficiente que ha deformado nuestra Historia patria y que les ha sembrado odio, mucho odio y resentimiento hacia unos fantasmas que Chávez y su gentuza les vendieron como “los ricos”, “la derecha”, “los blancos”, “el imperio”,  en contraste con los fantasmas de la sociedad mediática, que entretienen un poco más pero que embrutecen por igual, al menos a quien tuvo la ocurrencia de seleccionar este orador para una ocasión que pudo marcar un cambio de época, y en cambio también fue frívola, con todo y que Nacho lo hizo muy bien, dentro de lo que cabe, cosa que se le agradece junto a su esmero por enviar un certero mensaje a estos gobernantes ineptos y corruptos. Pero más nada, porque este asunto no va contra él sino contra quienes inconscientemente creen que político puede ser cualquiera.

Y eso no es así, para muestra Chávez, Maduro, Cabello, y un gentío más que se suma a todos los populares y simpaticones de la democracia prechavista a quienes un sistema espiritualmente débil les permitió asumir responsabilidades que no le correspondían.

Rematemos pues con unos extractos representativos del reggaeton latino, como para valorar el cambio de estética de estos años:

Zumbale mambo pa’ que mi gata prenda lo motore…
Que se preparen que lo que viene es pa’ que le den…
Esto vá pa’ las gatas de to’s colores
Pa’ las mayores, pa’ las menores
Pa’ las que son más zorras que los cazadores


Hermann Alvino