miércoles, 20 de julio de 2016

Escena en el piso 4; por Alberto Barrera Tyszka


Estaba en el pasillo del piso 4 de la Clínica Avila y caminaba de un lado a otro, lentamente, esperando mi turno para entrar a consulta. Había renunciado a la sala de espera porque me resultaba intolerable un televisor, enrejado en lo alto de la pared, transmitiendo un estridente programa de variedades. De pronto, de uno de los consultorios salió un hombre delgado. Vestía con una elegancia estilo burócrata de segundo nivel, pero caminaba con seguridad, con el extraño aplomo del hombre que habla solo. Llevaba colgando del cuello una cinta y una suerte de insignia de metal que parecía un antigua identificación policial. El hombre dio dos pasos y se encaminó hacia la dos señoras, encargadas de la limpieza, que habían detenido su carrito de trabajo junto a la puerta del baño de mujeres.

— Mañana tengo que traer a mi papá para que le hagan un examen –dijo.

Me sorprendió el comentario. Era lunes y al día siguiente sería 5 de julio, fecha patria. Quizás se trataba de una emergencia. El hombre añadió un comentario y repitió que mañana volvería al consultorio de donde acababa de salir. Las dos mujeres lo miraron, como si estuvieran acostumbradas a escuchar las lamentaciones de cualquier paciente, como si ellas fueran una breve estación de terapia a la salida de la visita al doctor.

— Por cierto –dijo de repente el hombre, antes de despedirse–, ¿ustedes tienen casa?

Las dos mujeres lo miraron, desconcertadas.

— …o apartamento, pues. Que si tienen casa propia –insistió el hombre.

Las dos mujeres se miraron.

— Yo no –dijo una, arrastrando ligeramente las letras dentro de su boca–, ¿por qué?

El hombre se llevó la mano a la insignia, la levantó un poco, la mostró; dijo un nombre rápidamente y luego añadió:

— Yo soy el segundo responsable adjunto de la Misión Vivienda. Trabajo en el Ministerio de la Defensa.

Las dos mujeres volvieron a mirarse.

— Si ustedes quieren una casa, se las doy ya. Porque eso lo dejó escrito el Presidente Chávez y yo estoy aquí para cumplir su voluntad.

Hubo un instante en el que una duda se puso a danzar sobre el aire. Pero también flotaba una maravillosa tentación ¿Y si era cierto?. ¿Y si decía la verdad?. ¿No sería sensacional?

— ¿Ustedes quieren o no quieren una casa nueva? –el hombre reiteró su oferta–. No van a tener que pagar nada. Bueno, lo único que tiene que pagar son unas estampillas. Pero del resto: nada de nada. Yo les puedo dar un apartamento de cuatro habitaciones a cada una de ustedes.

— ¿Y qué es lo que habría que hacer –inquirió la otra mujer– ¿Qué tenemos que hacer nosotras, pues?

El hombre no lo pensó dos segundos:

— Si ustedes me dan dos fotocopias de su cédula de identidad, yo esta misma tarde las pongo en pantalla, las meto en el sistema. En tres o cuatro meses, ustedes van a estar recibiendo su casa. ¡Su casa propia! ¡Y con todo! Como lo dejo escrito el Comandante Chávez. ¡Porque eso fue una orden de él!

Entonces, todos los que estábamos más o menos cerca, a la distancia de un oído saludable, comenzamos a cruzar miradas, sonrisas, diferentes tipos de complicidades. Una de las señoras de la limpieza acarició momentáneamente una suspicacia:

— ¿Y usted tiene algún número de teléfono dónde podamos llamarlo?

— No, no, eso sí que no –sentenció el hombre con natural convicción-. Con todo el alboroto que hay ahorita –dijo– nosotros no podemos dar ningún teléfono. Nos lo tienen prohibido.

Luego se produjo otro silencio. Breve. El hombre volvió a hablar de fotocopias de cédula, de estampillas, de casas bien equipadas. Dijo que su oficina estaba en Fuerte Tiuna. Pronunció nuevamente su nombre. Y se fue.

Las mujeres retomaron su trabajo y yo seguí caminando, aguardando a que llegara mi turno.  Sentí que el pasillo había quedado invadido por un raro clima. Me quedé pensando en la locura y en la esperanza. ¿Qué distancia hay entre ambas? ¿Qué las une? ¿Qué las separa? ¿Por qué este hechizo verbal está tan presente en nuestra historia? ¿Cómo podemos ponderar el desvarío en esa intriga que llamanos “nuestra identidad”?

La breve escena en el piso 4 de pronto me pareció el tráiler de una larga y casi infinita película. En sus Memorias de un venezolano de la decadencia, de 1927, José Rafael Pocaterra señala que la voz de Cipriano Castro “se engolaba en párrafos heroicos-sentimentales, mezcla de lugares comunes y de vastas promesas absurdas”.  Más que una crónica es una profecía. Son unas líneas que podrían haber descrito a Hugo Chávez.  Pero, igualmente, podrían reseñar al hombre flaco que ofrece viviendas a la salida de un consultorio. Son líneas que también sirven para describir a Nicolás Maduro, cada vez que Nicolás Maduro habla de paz, de derechos humanos, de libertad, de diálogo.

Desde hace mucho nos persiguen las mismas preguntas: ¿cómo hablar con los delirantes? ¿Realmente nos escuchan?. ¿Acaso podemos creer en ellos?

martes, 5 de julio de 2016

Carta a Leopoldo Castillo

El Hatillo, 16 de diciembre de 2002

Ciudadano

Leopoldo Castillo

Imagen del programa “Aló Ciudadano”

Globovisión, Caracas

Ciudadano Castillo:

Entre las múltiples desgracias de salir como un paria hacia el exilio, está la de tener que oír imprecisiones alegres y generalizadas sobre lo que supuestamente fue la Cuba de ayer y los cubanos de siempre. En ese sentido y desde muy niño, ya fuera de mi patria, he tenido que soportar la atroz infamia que aseguraba – entonces – que todas las cubanas eran prostitutas y Cuba, el prostíbulo del Caribe. Cuba se forjó una tal vez merecida fama por sus prostitutas y casas de prostitución. Existía en tiempos de Batista un funesto “turismo sexual” que atraía a los “putañeros” extranjeros a una isla que además de muchos atributos naturales, culturales, históricos y artísticos, ofrecía toda una gama de mujeres de “vida alegre” de las más variadas categorías, tal y como siempre se ha encontrado en las grandes capitales del mundo, porque La Habana – además – era hace 43 años, una de las grandes capitales del mundo.

Cuando el éxodo masivo cubano se hizo sentir por el globo terráqueo, nuestros padres y madres fueron mostrándole al mundo que había muchísimo más en el cubano que la etiqueta de la prostitución. Demostramos ser un pueblo productivo, honesto y tremendamente trabajador. Ayudamos a construir grandes empresas y a generar riquezas y fuentes de trabajo en aquellas naciones que nos abrieron sus corazones y nos brindaron hospitalidad, como fue el caso de Venezuela, donde nacerían mis cuatro hijos de un vientre, por cierto, cubano.

Criamos a nuestros hijos enseñándoles el amor por Venezuela pero cuidando siempre que se sintieran orgullosos de ser cubanos de sangre. Así se aprendieron -- al mismo tiempo -- el “Gloria Al Bravo Pueblo” y el “Himno de Bayamo”, cargados de sentimientos heroicos ambos, donde se enseña que la virtud y el honor de una nación son valores tan importantes como el de morir por la patria para alcanzar la vida eterna y heroica en la mente y en el corazón de los pueblos.

Tras la pesadilla que hoy le ha tocado vivir a Venezuela, y a todos aquellos cubano-venezolanos que como mi familia hicimos patria en esta bondadosa nación, se ha fomentado un nuevo calificativo despectivo, infame y carente de toda verdad, cual es la de que los cubanos fuimos unos cobardes que abandonamos la patria en manos del castro-comunismo sin haber hecho el patriótico esfuerzo de luchar por ella.

Lo peor de todo es que en oportunidades he oído tal aberrada afirmación de boca de quienes se dicen cubanos exiliados y – para mi profundo dolor – hoy, en su programa, dijo usted haber oído que la razón por la cual Castro logró apoderarse de Cuba es porque en nuestra patria no había venezolanos, queriendo con esto asegurar que hubiesen sido los valientes venezolanos quienes le hubieran salvado la patria a los cobardes cubanos.

Viniendo de un comunicador social como usted – supuestamente amigo del exilio cubano en Venezuela --, esto fue un puñal de acero que le ha clavado en los corazones a miles de mis compatriotas cubanos, en especial cuando fue dicho en horario estelar y en la versión especial de su prestigioso programa – “Aló Ciudadano” – el cual usted con tanto atino dirige y que se ha adueñado de la inmensa sintonía del televidente venezolano.

Las razones por las cuales Castro se adueñó de Cuba son muy extensas y variadas como para plasmarlas en esta carta ya de por sí larga, pero para sintetizar, le puedo decir que son muy similares a las razones por las cuales Chávez está en franco proceso de adueñarse de Venezuela, pero con un agravante que afortunadamente los venezolanos no tendrán en su contra: Castro se hizo apadrinar por la Unión Soviética.

Así como en el caso de Venezuela, que hoy nos ocupa, hay una inmensa dosis de culpabilidad tanto en los cubanos como en los venezolanos, por haber abonado el terreno de nuestras naciones para que emergieran caudillos totalitarios vociferando la promesa de la construcción de una patria justa, apelando a los más elementales derechos de nuestros ciudadanos, los cuales -- sin duda -- fueron criminalmente descuidados por las clases dirigentes de ambos países, como ha venido sucediendo y sucede hoy en prácticamente todos los países de nuestra América, desde México hasta la Patagonia. Tuvo mucho, muchísimo que ver también la corrupción de nuestros gobernantes y gobernados y el creer que a 90 millas de los Estados Unidos, o en el quinto productor de petróleo del mundo no podría instalarse el comunismo internacional.

Al igual que en Venezuela, terminamos construyendo un poder judicial al servicio de unos pocos y no al servicio de la justicia. El cubano de ayer, como el venezolano de hoy, creyó en cantos de sirenas y se enamoró de un populista que llevaba marcado en la frente con evidente claridad el sello de la traición, la mentira y el engaño. Ambos pueblos se negaron a guiarse por la razón para darle riendas suelta a la pasión colectiva cual quinceañeras seducidas por mozos corridos en cuestiones de amoríos.

Pero en el hecho de asegurar vehemente y alegremente que fue la cobardía del cubano la razón por la cual Castro ha podido subyugar a su pueblo durante cuatro décadas hay un universo de equivocación. Cuando el cubano de ayer, como posiblemente suceda con el venezolano de hoy, se vino a dar cuenta de la traición, era ya demasiado tarde. Castro había socavado los cimientos de todos los pilares sobre los cuales se sustentaba la patria al tiempo que metódicamente destruía también la pujante economía cubana, la tercera en América para entonces. Redujo a piltrafa – intencionalmente -- la industria azucarera cubana, que equivalía a la industria petrolera venezolana. Mientras enamoraba a su pueblo, trabajaba ardua y maquiavélicamente en su agenda perversa y criminalmente oculta. Poco a poco fue neutralizando todos los poderes constituidos, así como purgando su equipo de quienes él pudiera esperar una reacción de enfrentamiento, tal como sucedió con el Comandante Huber Matos, quien muy pronto alzó su voz de protesta para terminar encerrado inhumanamente en un reducido cuarto durante dos atroces y martirizantes décadas. Jamás mostró reparo en ordenar la destrucción psíquica o física de sus adversarios, aún antes de que se pronunciaran abiertamente en su contra, tal como sucedió con el Comandante Camilo Cienfuegos, quien terminó sepultado en las profundidades del Mar Caribe, entre otras cosas, por mostrar desacuerdo con la detención del Comandante Matos.

Al pasar los años, únicamente se quedó con su hermano Raúl y uno que otro colaborador “histórico”. Fue defenestrando uno a uno a sus partidarios originales para rodearse de una nueva generación de autómatas mediocres, “levantadedos” y sumisos, dispuestos a dejar que el nuevo “padre de la patria” hablara y pensara por ellos.

Redactaba varias versiones de una misma ley, tal como sucedió con la Ley de Reforma Agraria, una – la cual publicó – redactada por eminentes juristas cubanos dirigidos por el Dr. Humberto Sorí Marín (quien más tarde moriría en su pelotón de fusilamiento) y la otra, que al final implantó, obra de Guevara y sus secuaces comunistas más recalcitrantes, como el Dr. Oswaldo Dorticós (quien más tarde – como mucho de sus seguidores -- se volaría la tapa de los sesos de un disparo).

Mientras el cubano trataba de entender qué verdaderamente sucedía en su patria, Castro organizaba los CDR o “comités de defensa de la revolución”. Mientras dentro de la isla se había convertido en un sanguinario asesino que masacraba a su pueblo en los paredones de fusilamiento, fuera de ella era la vedette mundial que había “derrotado” al imperialismo yankee en sus propias narices. Muchos gobiernos amigos y hermanos de América, incluso, le tendieron una mano. Cuando vinimos a ver, nos encontramos en un estado solitario de total y absoluta indefensión. Llegó el momento en el cual no quedaba otra opción que huir de aquel infierno. Para cuando el cubano se vino a dar perfecta cuenta de las intenciones traidoras y tiránicas del “Máximo Líder”, ya el confeso dictador habían implantado en Cuba un estado de terror, totalitario, autocrático y declaradamente comunista.

Claro está que aún no es el tiempo para que nuestros hermanos venezolanos entiendan y comprendan qué significa vivir en un estado de terror. No han comenzado los fusilamientos en los paredones, ni los juicios sumarios. No ha habido un solo niño que haya delatado a su padre venezolano ante las huestes de represión del gobierno. Todavía en Venezuela podemos asistir a misa sin que se nos señale de contrarrevolucionarios; podemos ver su programa (“Aló Ciudadano”) y el cubano que se sienta ofendido por algún desafortunado comentario que a usted se le escape en el aire, puede cambiar – todavía – a Venevisión, Televén, Radio Caracas, Vale TV… Venezolana de Televisión, o simplemente “desconectarse” por un rato revisando las opciones que – todavía – encontramos en el cable y si eso no nos complace -- todavía -- tenemos cualquier cantidad de estaciones de radio en las bandas de AM y FM, si es que no queremos sentarnos a leer un buen libro que trate de cualquier cosa, comprado – “por la libre” – en cualquier librería de la esquina.

Los negocios que se cierran en Venezuela lo hacen por cuestiones económicas, no porque se apropien de ellos las turbas “bolivarianas”, así que – todavía – el venezolano no sabe lo que significa ser “siquitrillado”. No se le puede pedir al venezolano que entienda qué se siente al encontrarse preso en su propio país, porque – todavía – puede dejarlo libremente y regresar a él cuantas veces quiera, con tal de poderlo hacer económicamente, claro. Se puede participar un viernes en una marcha de la oposición, tomar un avión para Aruba el sábado en la mañana y regresar el domingo en la noche para seguir marchando toda la semana si uno así lo desea.

El venezolano no entiende qué son los “actos de repudio”, por lo que de nada vale hacerles entender lo que se siente cuando cientos de vecinos (o individuos transportados de otras urbanizaciones o barrios) se paran frente a su casa a gritarle: “paredón, paredón, paredón…¡paredón!”. Es algo así como los cacerolazos que les hemos dado a los chavistas en los restaurantes del este de Caracas, pero mucho, muchísimo más peligrosos y atemorizantes, si tomamos en cuenta que esas turbas que Castro envía a las calles, tienen carácter de jurado y sentencian de acuerdo a las líneas previamente dictadas desde el escritorio del tirano.

Los abogados defensores de los venezolanos – todavía – defienden a sus clientes, por lo que no vale la pena hacerles entender que en Cuba los abogados que el Estado nos asigna para que nos defiendan en un juicio político (o de conciencia), se parecen más a un fiscal acusador que a un abogado defensor.

El venezolano, todavía, no sabe lo que es comprar “por la libreta de racionamiento”. Cada vez que hay un “peligro de golpe” se atiborra de chucherías -- y mil otras cosas que jamás compraría en una situación normal -- para pasar la “fiesta”, por lo que no podría entender lo que significa levantarse en la mañana para hacer una cola de cuatro horas bajo el sol caribeño (similar al sol de su patria chica, Maracaibo) para comprar un rollo de papel higiénico… o conseguir grasa de res en el mercado negro a fin de mezclarlo con hidróxido de sodio para hacer un jabón que quema la piel. No sabe lo que es echarse limón y bicarbonato en las axilas en vez de desodorante, y en el país del azúcar, sentirse con suerte si puede llevar a la casa media libra mensual por familia.

El venezolano cuando cuela un café, bota la borra… por lo que de nada sirve contarle que en Cuba, la borra del café ya mezclado con chícharo tostado, se usa una y otra vez hasta que lo que salga de allí sea un líquido amarillo claro sin sabor alguno.

Todavía el gobierno de esta noble patria, Venezuela, no ha mandado a un solo muchacho venezolano a morir en Angola, Mozambique, Etiopía, Yemen, Zimbabwe, el Congo Belga, Afganistán, Vietnam, Camboya, Bolivia, Colombia, El Salvador... Nicaragua o Grenada, en lo que en Cuba se llaman “misiones internacionalistas”. Tampoco sabe lo que es dedicarle los fines de semanas a cortar caña sin derecho a ser remunerado, en obediencia al artículo 45 de la constitución cubana el cual reza: “Se reconoce el trabajo voluntario, NO REMUNERADO, realizado en beneficio de toda la sociedad, en las actividades industriales, agrícolas, técnicas, artísticas y de servicio, como formador de la conciencia comunista de nuestro pueblo...”

Un venezolano no se puede imaginar ni por un momento que en su propia patria se le vaya a prohibir la entrada a un hotel por el simple hecho de ser venezolano, como es el caso de Cuba, donde los esbirros de Castro no permiten que los cubanos entren en aquellos hoteles que están destinados únicamente para los turistas extranjeros.

El pueblo de Venezuela tiene – todavía – esperanzas en organismos internacionales como la O.E.A., por lo que de nada vale explicarle que Cuba fue expulsada de ese “club” hace 35 años y eso a Castro ni le quitó el sueño de una siesta.

Todavía los venezolanos creen que los americanos van a sacarles las castañas del fuego, cuando “la cosa se ponga fea…”; ellos no vivieron la traición de Playa Girón, donde nuestros muchachos de la Brigada 2506 que lograron llegar a tierra -- unos 1350 brigadistas – fueron total y absolutamente abandonados en las playas con lo que llevaban consigo, tras haber sido entrenados, apertrechados y transportados por el gobierno norteamericano a la Cuba que ellos iban a liberar de las garras totalitarias del comunismo internacional.

El venezolano no sabe que el combate en Girón no cesó durante un solo minuto de las sesenta y ocho horas que duró y que ante el abandono de los “socios” del norte, prefirieron seguir luchando hasta la última bala antes que rendirse. Tal vez jamás se enteraron que los barcos de la marina “americana” se veían a simple vista alineados en posición de “combate” frente a las costas cubanas cuando en realidad no se encontraban en posición de combate, sino de “observación”. No les han dicho a los venezolanos – ni a usted, Lic. Castillo -- que había incluso un porta-aviones, “El Essex”, que a las pocas horas de la batalla, comenzó a alejarse junto a los demás buques “de guerra” que se suponían brindarían el soporte mar-tierra y aire-tierra que requiere toda invasión tradicional (tal y como se había acordado), abandonando a nuestros muchachos que nos venían a liberar a la suerte, viéndose obligados a depender exclusivamente de los pertrechos, el agua y la comida que llevaban con ellos.

Ningún venezolano jamás vio erguirse en las playas de Girón y en medio de la metralla al líder cubano de aquella gesta heroica, Manuel Artime, ni lo oyó sentenciar al tiempo que miraba hacia los barcos “amigos” girar a casa: “En las estelas de esos barcos van doscientos años de infamia...”

Todavía es muy temprano para hablarle al venezolano de lo que significa vivir en un país sin ley donde la constitución se invoca pero se viola al son de la conveniencia del tirano… aunque ya están comenzando a entrar en materia en este campo.

El venezolano no sabe lo que es vivir en un país sin periódicos, sin radios y sin televisión que no sean los que controla el Estado, como es el caso de Cuba. Para él es muy fácil saber el itinerario de una marcha, porque se anuncia en todos los medios de comunicación de la oposición. Cuando se queden sin “medios”, entonces podrán comenzar a entender un poco nuestro drama. El venezolano no sabe lo que es vivir sin un Leopoldo Castillo, sin un José Domingo Blanco, o una Martha Colomina, un Kiko Bautista… o un Nelson Bocaranda Sardi. Los cubanos tienen que depender de Radio Martí o La Voz de Las Américas y oír las noticias que hablan de libertad y esperanza en un radio transmisor con baterías recargadas con orine y mantenidas en los congeladores… y hacerlo bajito para que el vecino no los oiga y los delate ante el director del CDR más cercano.

Las mujeres venezolanas no tienen por qué temer cuando les llevan gallinas y maíz para llamarles cobardes a los infelices soldados sacados de los estratos más humildes de la población, porque estos no fueron entrenados para calar sus bayonetas y atravesarlas con ellas. De nada vale asegurarles que una “maroma” similar en Cuba es simplemente impensable y que con tan solo planearlo y ser descubiertas, comenzarían a purgar treinta años en un fortín heredado de la colonia española.

Los venezolanos están acostumbrados a vivir en un país en donde las noticias de las masacres producidas en una marcha o en una plaza les dan la vuelta al mundo y de ellas se hablan una y mil veces, sin embargo, no podrían imaginarse vivir en un país donde los esbirros del gobierno ametrallan en altamar a un remolcador – como el “13 de Marzo” – repletos de hombres, mujeres, ancianos y niños… que pretendían llegar a tierras de libertad, tal y como sucedió el fatídico 13 de junio de 1994, sin que la prensa mundial ni los famosos organismos que velan por los derechos humanos movieran un dedo para elevar su grito de protesta.

El venezolano entiende al Centro Carter como un organismo que llega a Venezuela a supervisar sus elecciones libres y soberanas, mientras que el cubano ve a sus miembros hacer turismo en la isla y pasear en autobuses de lujo frente a sus cárceles repletas de presos de conciencia.

Al venezolano no se le puede meter miedo con el paredón, porque – como ya he dicho --ellos no saben de “eso”. Posiblemente jamás hayan oído hablar de cómo en la Cuba de Castro se les llegó a extraer a los condenados a muerte hasta la última sangre del cuerpo antes de ser fusilados, cuando se encontraban amarrados al poste del cadalso, para ser almacenada y empleada en los soldados mercenarios que Castro enviaba a guerras y escaramuzas internacionales que nada tenían que ver con los intereses del pueblo cubano. Nunca un venezolano tuvo que oír a sus muchachos y muchachas gritar “¡Viva Cristo Rey!” antes de recibir la descarga del pelotón de fusilamiento.

Ellos no entienden cómo Armando Valladares se pudo haber quedado inválido en las cárceles cubanas, porque en las cárceles infrahumanas venezolanas, los familiares de los presos tienen la libertad de llevarles buena comida y medicina, además de visitarlos dos veces – o más -- por semana. No se imaginan que en Cuba un preso puede pasar años sin ver a su familia y que muchos de nuestros presos políticos, los llamados “plantados”, llevan décadas en calzoncillos por negarse a usar el uniforme de preso común, sufriendo la inclemencia del duro invierno cubano, soportando los “bayonetazos” que les propinan los guardias, como respuestas a la exigencia a un trato más digno.

Un venezolano no entiendo cómo los presos cubanos al ser liberados tras una prolongada prisión de varias décadas, puedan perder la habilidad de entender la voz femenina, al haber dejado de oírla durante el lapso de su condena, como fue el caso del Comandante Eloy Gutiérrez Menoyo (español con corazón cubano que dejó su juventud en la prisión), quien al ser liberado luego de 22 años en las cárceles castristas, era incapaz de entender lo que le hablaban las mujeres hasta que se volvió a acostumbrar al timbre de voz femenino.

Para el venezolano es difícil aceptar que el General Acosta Carles maltrate a sus mujeres con “quirúrgicas” llaves de judo, porque seguramente no ha visto cómo la poetisa disidente cubana, María Elena Cruz Varela, fue arrastrada por los pelos por una turba castrista enviada por Fidel y sacada de su casa --- escalera abajo ---, ultrajada hasta lo indecible y luego de romperle la boca a punta de patadas y palos, le hicieron comer sus poesías delante de su hijita más pequeña y las cámaras de televisión sin que pasara nada ni la OEA le extendiera una medida cautelar para que fuese respetada por el régimen de su país. Al cubano – en su sano juicio – jamás se le ocurriría “eso” de irse a Washington para que la OEA le otorgue una “medida cautelar”. Para empezar, no puede salir de Cuba para llegar a Washington y de llegar allá, probablemente se quedaría de una buena vez.

Si un venezolano pudiese leer el manifiesto que Marta Beatriz Roque y sus tres compañeros redactaron e hicieron publicar fuera de Cuba – “La Patria es de Todos” – le costaría mucho pensar que por tan ingenuo documento en donde se delata – entre otras cosas – la corrupción que abunda en la revolución, estos valientes cubanos hayan tenido que sufrir años de prisión y torturas, salvándose del paredón gracias a las protestas de personajes internacionales como Nelson Mandela, el líder del Partido de los Trabajadores del Brasil: Marcos Rolím… y hasta Hebe de Bonafini, presidenta de las “Madres de la Plaza de Mayo” en Argentina.

Tal vez suene duro, pero los venezolanos – todavía – no sabrían evaluar la valentía del pueblo cubano porque, entre otras cosas, no conocen a sus mártires contemporáneos. Pudiera llegar el momento – Dios no lo permita – en que muchos, los que puedan, tengan que tocar las puertas de otros países hermanos y bondadosos, tal y como millones de cubanos nos vimos obligados a hacer para huir de una pesadilla que tras cuatro décadas aún no ha tenido fin, para criar a nuestros hijos en tierras libres, donde poder orar en nuestras iglesias sin temor a ser repudiados o encarcelados. Sería muy triste que si eso llegase a suceder, al pasar cuatro décadas, salga un periodista por ahí, en donde quiera que un venezolano se encuentre, y diga que en Venezuela los venezolanos, en vez de conquistar la libertad con el filo del machete, marchaban con cacerolas, pitos y pancartas… al son de la zamba y jugando futbolito, razón por la cual era lo más lógico que Chávez se apoderara de la tierra de Bolívar.

Quizás muchos venezolanos no sepan o se hayan olvidado ya, que muchos de nosotros organizamos y dirigimos parte de la lucha contra las guerrillas comunistas que intentaron adueñarse de Venezuela en los años sesenta.

Nuestro pueblo cubano es heroico y lo ha sido siempre… aún hoy lo es. Maria Grajales, madre de nuestro padre, el General Antonio Maceo y Grajales – “El Titán de Bronce”, quien dio su vida por la libertad de Cuba, y en el campo de batalla -- tras perder a todos sus hijos en la guerra de independencia, le dijo al único que le quedaba: “… y tú, empínate y apúrate en crecer para que des también la vida por Cuba”.

Amigo Leopoldo, le ruego reflexión antes de rebotar comentarios que pudieran herir el alma de un pueblo que por demás lo admira, le debe mucho y lo cuenta entre sus filas para morir juntos en la misma trinchera, de llegar el momento. No irrespete, por favor, la imagen de nuestros héroes, aquellos que lo han dado todo por la Cuba de hoy y de siempre. No irrespete el honor de mujeres cubanas como Tania Díaz Castro, María Elena Cruz Varela, Marta Beatriz Roque, Berta Antúnez Pernet, Maritza Lugo y muchísimas otras más que han dado muestras de verdadero heroísmo ante la ignominia castrista.

Mientras los padres y madres venezolanas arrullaban a sus hijos con hermosas canciones de cuna, mi esposa y yo lo hacíamos con poesías sacadas de los campos de batallas de nuestra Cuba contemporánea como esta que a continuación le regalo de nuestro fallecido líder Manuel Artime, la cual trata de un niño cubano que dio su vida en la Batalla de Playa Larga (Bahía de Cochinos) -- hace unos días -- el 17 de abril de 1961:

FELIPITO RONDÓN


“Batallón 2, señor, de Infantería”,

me dijiste orgulloso, Felipito Rondón,

cuando a qué batallón pertenecías,

te pregunté, después de una inspección.


Mirabas tu cañón sin retroceso

con tu rostro infantil tan arrobado,

que me luciste un chico muy travieso

que estuviese jugando a ser soldado.


Después vino lo heroico, en Playa Larga.

Tu batallón, derroche de bravura,

hizo que la sonrisa roja fuese amarga

cuando la Patria se creció en altura.


Después, vino aquel tanque, el tanque ruso

que perforó las líneas avanzadas.

Aquel Goliat de acero que se expuso

a retar el valor de la Brigada.


Y tú, David del mundo de Occidente,

te plantaste ante él, altivo, entero,

con tu cañón que era insuficiente

para parar aquel monstruo de acero.


Fue breve. No falló tu puntería.

La explosión te lanzó al suelo inconsciente.

Y aquella bestia herida, en agonía,

pasó sobre tu cuerpo adolescente.


Y te imagino altivo, sonriente

ante ese Dios que tanto tú querías,

seguro, Felipito, le dirías

cuadrándote ante Él militarmente:


“Batallón 2, Señor, de Infantería”.

Amigo Castillo, cuando usted vaya a hacer algún comentario sobre la valentía del pueblo cubano, le ruego – y me disculpa – que se tome el debido tiempo para recordar nuestra historia cargada de sufrimiento y coraje.

¡Viva Cuba, carajo!

Con todo mi respeto para usted y su pueblo,

XXXXXX XXXXXX

Nacido con mucho orgullo en la ciudad de Cienfuegos, llegado a Caracas – junto a mil y tantos cubanos más -- el 5 de septiembre de 1961, en el último viaje que hiciera el buque español “Marqués de Comillas”. Padre de cuatro hijos venezolanos: María Carolina, Carlos Alberto, Alejandro Enrique y Eduardo José.