Contar todo lo ocurrido en Cuba en el último medio siglo parece fácil y rápido, pero no lo es. Muchas personas han dejado en esos años buena parte de su vida, su tiempo y sus esperanzas. Julia Echeverría, cubana de 74 años residente en el municipio de Marianao, en La Habana, es una de ellas, una de aquellas niñas que, en su época, creyó en el proceso revolucionario que sacudió a Cuba en plena dictadura de Fulgencio Batista. Lo que sigue es su historia.
Años 50
Julia fue la más pequeña y única chica de cuatro hermanos. En casa trabajaban su padre y sus tres hermanos, los chicos como botones o luncheros en clubes privados adonde iba la gente con dinero, y el progenitor de patrón de barco. Navegaba a cubanos ricos y a norteamericanos. “Viajaba a Miami, a Cayo Hueso y a otros destinos no muy lejos de La Habana”, recuerda ella.
Según Julia, entonces una muchacha de 16 años, a finales de 1956, cuando Fidel Castro llegó desde México a bordo del Granma para iniciar la lucha armada contra la dictadura en la Sierra Maestra, no se hablaba en contra de los estadounidenses: “Era una relación normal.Los que podían iban y volaban a EEUU, incluso a pasar el día. Por negocios sobre todo. También venían muchos americanos a La Habana. Y barcos llenos de marines para vacilar. La Habana entonces tenía muchos prostíbulos. En esos años, mi papá trabajaba para un cliente americano, Mr. Bronson. Fue patrón de su yate mucho tiempo”.
En su casa nunca faltó el dinero. El desayuno, la comida, la cena, los medicamentos estaban asegurados. “Con lo que sobraba se compraba ropa, zapatos y otras cosas. Nunca tuve tres pares de zapatos ni 10 vestidos, pero nunca me faltó una prenda que vestir”, asegura.
A mediados de 1958, con 18 años, la joven Julia se hizo novia de Antonio Alonso, un médico responsable de material sanitario que apoyaba clandestinamente a los rebeldes de Sierra de los Órganos, en Pinar del Río, en la zona occidental de la isla. Ella empezó a colaborar también. “Llevábamos matas de coco sembradas en tanques en la parte trasera de los autos, y dentro de la tierra, envueltos en bolsas de plástico, iban las armas, medicamentos, bisturíes, mensajes…”, relata. “Otras veces él me preparaba el material para transportar y lo ocultábamos dentro de una barriga de embarazada postiza. Cuando la policía nos detenía, yo bajaba del automóvil, y al verme encinta, nos dejaban ir, no nos registraban”.
Casi se acababa el año cuando Julia y Antonio se casaron en La Habana.
1959-1960
Semanas después, en enero de 1959, la Revolución liderada por Castro, Guevara y Cienfuegos triunfó tras la huida de Batista. Al igual que muchos cubanos, Julia se puso muy contenta cuando los barbudos bajaron de la sierra. Esperaba que acabaran con las torturas y la persecución de los jóvenes y que el país comenzara a salir a flote.
Entonces, en 1960, Castro intervino las principales compañías norteamericanas en la isla sin indemnización. La Casa Blanca reaccionó estableciendo un embargo total sobre el comercio con Cuba.
“De 1960 a 1962 empezó una etapa de miseria“, comenta Julia. “Fidel decía que Cuba estaba bloqueada y que había escasez. La gente protestaba en voz baja cuando no había una cosa o la otra, pero la justificación siempre era que EEUU no permitía pasar mercancía y que comprarla en otros países, más lejos, resultaba muy caro. Mucha gente creyó en eso. Yo también”.
1960
El 3 de enero de 1961, EEUU rompió relaciones con Cuba. Entre el 17 y el 19 abril de ese año se produjo el intento de invasión de Bahía de Cochinos. Castro proclamó entonces el carácter socialista de la Revolución, y la política del país tomó un giro inesperado, cada vez más próximo a la URSS. Antonio, el esposo de Julia, recelaba. Y en noviembre de ese año decidió escapar de Cuba en una lancha. Dejó atrás a Julia, la Revolución por la que había luchado y algo más…
“En ese momento yo estaba embarazada. Él pensaba que el comunismo duraría solo un par de meses y se fue a EEUU a esperar a que todo pasara, su intención siempre fue volver. Pero el comunismo o lo que sea que tenemos en Cuba, jamás acabó”, se lamenta Julia más de cinco décadas después.
Primer año de la revolución. Su esposo, huiría a Miami dejándola embarazada de una niña.
Tuvo a su hija sola. En ese tiempo no existían comunicaciones entre la isla y EEUU. Los que tenían contacto con la familia emigrada eranvetados y marginados socialmente. La hija de Julia creció sin papá; ella misma nunca más volvió a hablar con Antonio.
El año de 1962 fue caótico en las relaciones entre ambos países. Cuba fue expulsada de la Organización de Estados Americanos, Kennedy endureció el embargo y, en octubre, estalló la crisis de los misiles. Las cosas no estaban mucho mejor un par de años después, en 1964, cuando Julia empezó a trabajar como taquillera en un cine del oeste de La Habana. En poco tiempo fue ascendida a administradora por su capacidad y habilidades. “Los salarios eran muy bajos, pero no pasaba necesidad porque éramos muchos en casa, todos trabajábamos. Aunque se tuviese dinero no se podía comprar nada porque no había. Por todo culpaban al bloqueo”, rememora de aquellos años.
Lo que más la marcó desde los primeros años de la Revolución, fue “la desigualdad. Estaban los que podían ir a todas partes, los hijos de Fidel, Raúl y otros, que entraban a todas partes y no pagaban, y los demás. Y uno no podía hacer nada frente a ello; si te quejabas, te apartaban. Te podían sacar del trabajo y no tenías dónde reclamar.Había que decir sí a todo para tener tranquila tu casa y tu vida. Eso se ha mantenido hasta ahora. O hablas bien de Fidel o te callas”.
En 1965 comenzaron el llamado éxodo de Camarioca y los posteriores Vuelos de la Libertad: más de 100.000 personas emigraron de la isla hacia EEUU en un corto periodo. En 1966, además, Washington aprobó la Ley de Ajuste Cubano, que facilitaba el asilo. “El Gobierno empezó a entrar a las casas y se apropiaba de cuanto encontraban. Lo justificaban diciendo que la gente se había ido del país y dejado las pertenencias abandonadas. Fue un gran robo. Ahí comencé a asustarme”, confiesa.
No fue la única ocasión. En 1968 el régimen lanzó la llamadaOfensiva Revolucionaria. Castro expropió absolutamente todos los negocios privados en Cuba, desde hoteles, empresas y restaurantes hasta la máquina de cortar el césped de un vecino jardinero de Julia. “Se hicieron muchas cosas feas con la Ofensiva Revolucionaria. Que te quiten todo después de una vida trabajando duro y te veas obligado a empezar de cero sin siquiera tener el derecho de quejarte… Fue muy duro para mucha gente”.
1970
Siguió la década de los 70, la más traumática para Julia y su hija adolescente. Una época oscura. Desaparecieron todas las libertades y se impuso un férreo control informativo e ideológico. “Prohibieron la música en inglés. Todo lo que olía a EEUU lo censuraban; incluso prohibieron a Julio Iglesias, un cantante español que me gustaba mucho; decían que sus canciones hablaban contra lo que se estaba viviendo en Cuba”, subraya la protagonista.
Algunas formas de vestir, llevar el cabello largo, la homosexualidad o la religión se consideraban ”diversionismo ideológico”. Julia cuenta que tener un crucifijo en casa era un problema. Se vio obligada a enterrar su fe para conservar su trabajo. Muchas iglesias fueron destruidas en esa época.
En 1974 funcionarios de EEUU comenzaron a viajar a la isla y en 1977 el Gobierno de Jimmy Carter aprobó la apertura de las Secciones de Intereses en La Habana y Washington para resolver asuntos bilaterales. Julia, entretanto, seguía trabajando en cines. Ya no era responsable de uno, sino de varios, en diferentes municipios.
En baja voz, como hacen los cubanos cuando cuentan historias o anécdotas con contenido subversivo, narra un encuentro con una hija de Raúl Castro: “Un día llegó Débora, la mayor, con 40 camilitos [así le dicen a los alumnos de la escuela militar Camilo Cienfuegos]. Querían ver la película que proyectábamos ese día: El llamado de la selva. Llegaron dos autobuses con los camilitos y los escoltas. Querían entrar sin pagar y pasar por delante de la fila de niños que esperaban. Les dije que no, que debían hacer la cola y pagar como todos. Minutos después recibí una llamada de mi jefe y me dijo que debía dejarles pasar sin cobrarles, y eso tuve que hacer. Pero, junto con ellos, también entré a todos los niños del pueblo, no les cobré y les repartí caramelos”.
Fue un tiempo de fuerte penetración soviética. Casi toda la programación televisiva estaba ocupada con espacios soviéticos, las bibliotecas se llenaron de libros soviéticos traducidos al español y comenzaba a ser importante aprender ruso. “Los soviéticos venían a lo mismo que los marines americanos, como turistas a buscar mujeres. Las tiendas comenzaban a tener un poco más de cosas, especialmente comida. Recuerdo las latas de conservas soviéticas. A la gente les encantaba. Se podía ver cierta mejoría en la alimentación, y pensaba que eso iba a ir incrementando. Se nos hacía creer siempre que estábamos a punto de una guerra con EEUU”.
1980
Con bastantes limitaciones, la hija de Julia pudo estudiar. Casi no tenía ropa ni zapatos para ir a la universidad. Había muy poco dinero y los artículos en la tienda eran excesivamente caros. “Yo tenía 10 pantalones para trabajar, cogí cinco y los arreglé a la talla de mi hija para que pudiera ir a estudiar”, explica la orgullosa madre. “Con una tela le confeccionaba camisetas. Mi hija soñaba con tener un pitusa [unos pantalones vaqueros], como joven que era. Le prometí que el día que se graduara y me trajera a casa su diploma tendría su pitusa”.
En 1980, unos 130.000 cubanos salieron por el puerto del Marielhacia EEUU. Un año después, en 1981, Ronald Reagan endureció su política contra Cuba. Fue el mismo año en que la hija de Julia se graduó en la Universidad de La Habana, y la promesa fue cumplida. Los ahorros de varios años fueron destinados a un pantalón vaquero, una blusa y unos zapatos nuevos.
Una vez graduada, entró a trabajar en la marina de guerra. Julia, por su parte, siguió en los cines hasta 1988. Las cosas no cambiaban. “Por la televisión siempre se hablaba mal de Reagan. Decían que exhortaba a los cubanos a irse a EEUU. Cuba se quedó sin maestros y médicos porque todos emigraban. La política con él no mejoró”.
1990
Meses después de la caída del Muro de Berlín, en 1990, el régimen declaró que Cuba entraba en un periodo especial. Suponía introducir medidas extraordinarias que imponían restricciones al consumo. “Comenzó una fuerte preocupación porque ellos [los soviéticos] nos habían ayudado a sobrevivir, que nosotros no vivíamos, sobrevivíamos. Al caer el bloque socialista, Cuba completa se puso mal. Se empezó a pensar que podía volver la época de los años 20 o 30, con comidas colectivas por cuadras. Fue malo, malo, malo, la gente tuvo que inventar para vivir. En mi casa hubo un tiempo terrible donde nada más había frijoles colorados para comer. Hubo que hacer trabajos clandestinos, si no nos moríamos. A escondidas alquilábamos la mitad de la casa a extranjeros y cobrábamos 25 dólares por noche”.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela, en 1999, mejoró la situación energética. “El poco transporte que había no se podía mover porque no había petróleo”, recuerda Julia. Pero aun así ella y los suyos siguieron en la escasez, “tratando de salir del hueco”.
De sus ojos salen lágrimas cuando cuenta que todos los años se la pasaba esperando ”que todo mejorara y que todo cambiara”. Así, sucesivamente, cada año en esta larga historia sería el final de todo sufrimiento y necesidad.
2014
Y entonces, el pasado miércoles, Barack Obama y Raúl Castro anunciaron que EEUU y Cuba van a restablecer relaciones diplomáticas. “Las medidas que ha dicho Obama [entre otras que se van a suavizar las restricciones para viajar y transferir dinero] me parecen bien”, tercia Julia, “pero no sé qué va a pasar. Ahora que no se puede culpar a EEUU, habrá que ver qué justificación buscan si las cosas no mejoran. Mi opinión es que todo seguirá igual. Al que está arriba no le hacen falta estas medidas y el que está abajo va a seguir abajo. Puede que alguien tenga oportunidad de subir un poquito, pero no creo que vaya a haber un cambio tan brusco como para que todos los cubanos puedan desayunar, almorzar y comer, como antes de la Revolución”.
Preguntada por qué no se fue de Cuba, contesta: “Eso no estaba en los planes de mi familia. Yo sabía que a mi padre, a mi madre no los iba a ver más, y estábamos muy unidos”. Cuando se le inquiere si volvería a luchar por la Revolución es tajante: “Después de la experiencia vivida, ni pensarlo. La Revolución no fue como pensé. Ni yo ni nadie. El que diga que sí es un mentiroso. Pensábamos que eran los mejores, que iban a salvarnos”.
La Patilla
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