“Las actas firmadas por estos jóvenes revelan que ellos no han sido torturados en el Sebin, revelan que han recibido a los familiares directos y sus abogados”. Las palabras del Defensor del pueblo, Tareck William Saab, producen en seguida miradas y gestos de rechazo en Mariana Serrano. Su esposo, Gerardo Carrero, está encerrado en una celda de 2×3 metros. El aire acondicionado está en la mínima temperatura y las luces blancas no se apagan a ninguna hora del día ni de la noche.
Carrero está detenido en el sótano 4 de la sede del Sebin en Plaza Venezuela en una celda a la que llaman “La Tumba”. En celdas contiguas están Gabriel Valles, Lorent Saleh y Juan Miguel de Sousa. La luz solar les está racionada: media hora por semana. Saab asegura que no ha habido tortura, pero para los familiares de los detenidos y las organizaciones de Derechos Humanos, el solo lugar atenta ya contra sus derechos fundamentales.
Fotografías de “La Tumba” no existen. Estas ilustraciones son una primera aproximación con base en las descripciones de quienes han entrado al lugar:
Estar en “La Tumba” es una muerte lenta
Mariana Serrano es la esposa de Gerardo Carrero, joven detenido en el cuarto nivel de sótanos del edificio del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) en Plaza Venezuela. Allí funciona un centro de detención y tortura conocido como ‘La Tumba’ en el que también se encuentran Gabriel Valles Sguerzi y Lorent Gómez Saleh
¿La tumba? Ese nombre no se lo pusieron ellos a ese lugar. Los agentes del Sebin solían decir a los estudiantes y manifestantes detenidos en el Helicoide: “¡No se quejen! portense bien y den gracias a Dios que están aquí y no en La Tumba”. Se referían a los siete calabozos en el cuarto nivel de sótanos de la torre del Sebin en Plaza Venezuela. En el Helicoide, a Gerardo lo colgaron por los brazos y le rompieron tablas en las piernas. Pero las torturas en ‘La Tumba’ son peores, porque dejan huellas más profundas, que no se borran.
Mi nombre es Mariana Serrano, soy la esposa de Gerardo Carrero, detenido en ‘La Tumba’ del Sebin en Plaza Venezuela. Mi esposo fue detenido el 8 de mayo del año pasado en el campamento frente al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Caracas. Su última audiencia fue el 16 de enero. Ese día, la jueza renunció y ahora todo el juicio se echó para atrás y debemos comenzar de nuevo.
Mi esposo usa braga color beige, un uniforme. Solo le permiten vestirse con su ropa los días de visita: domingos y martes. No les dejan leer periódicos, ni ver noticias. Le he llevado cuadernos, lápices y colores, un block de dibujo. Él pintó un paisaje para uno de nuestros hijos y luego tuve que rogar a un funcionario para que me dejara sacar el pedazo de papel. “No quiero ver eso en redes sociales”, me dijo. Gerardo me ha pedido que le lleve un ajedrez, no he podido comprárselo.
Gerardo está cumpliendo hoy (8 de febrero) nueve meses de encarcelamiento. Hoy no podré llevarle comida, almorzar juntos como cada vez que lo visito. Eso sería como torturarlo, porque Gerardo, Gabo (Gabriel Valles Sguerzi) y Lorent (Gómez Saleh) iniciaron el sábado 7 de febrero una huelga de hambre para exigir el cese de las torturas y el traslado a otras instalaciones.
Yo me opuse, le dije que no estaba de acuerdo, lo conversé con él. Pero Gerardo es terco, me respondió que los tres han llegado a un punto en el que prefieren morir que seguir allí adentro. Me dijo, sobre todo: “Ya esto es una muerte lenta”. Yo lo comprendo, pero tenemos dos hijos. El mayor tiene seis años, el pequeño apenas cumplió dos el 28 de diciembre. Ellos ya entienden, no podemos mentirles.
Llevo un suéter y ropa abrigada cada vez que lo visito. Ese es un lugar frío, bajo tierra, mantenido a bajísimas temperaturas, casi como un frigorífico. Varias veces he tenido que pedirle a un comisario que controle el aire acondicionado. Es insoportable. Aunque sé que después de que termine la visita volverán a ajustarlo para torturarlos. En las otras celdas están Gabriel Valles Sguerzi y Lorent Gómez Saleh. Los tres están aislados de todo, en esa bóveda forrada de concreto macizo. Se ven poco, a veces se gritan entre celda y celda. La soledad es muy grande allí abajo. El otro día estaba yo con Gerardo en la sala de visitas y Lorent hacía sonar el timbre para ir al baño una y otra y otra vez. Gritaba: ‘Gerardoooo, por favor, dígales que me abran, necesito ir al baño’. Nadie se movió.
Esto nos ha cambiado la vida a todos.
Gerardo está delgado, si ya comía poco o nada de lo que le servían ahora estará peor. La comida es terrible, yo misma la he visto. Lo veo pálido, tembloroso. Siempre se enferma del estómago, me cuenta que pasa días con vómitos y diarrea. Le sobrevienen dolores de cabeza y a ratos le dan puntadas en el estomago, dolores de muela, molestia en los ojos. Tiene unos abscesos en los glúteos y en los brazos.
Solo están tomando agua. Ni la mamá de Lorent, ni los de Gabo, ni los de Gerardo, ni yo hemos podido conseguir suero. Gerardo duerme muy poco, porque la luz los atormenta. La mantienen día y noche encendida. Les dan la comida a distintas horas, para que no tengan noción del tiempo ni sepan ya qué día es. Les hemos advertido que cuando dejen de oír el metro es porque es de noche.
Yo he tenido que mudarme desde San Cristóbal, estoy quedándome en casa de familiares en Caracas, mientras él sigue aquí. Mi otro hijo está con la mamá de Gerardo, quien es docente y trabaja en el Gobierno de Táchira, en manos de Vielma Mora. El papá de Gerardo es comerciante, se mata para hacer dinero y se lo gasta todo en una semana en Caracas. Todos nos turnamos para ir a verlo y darle fuerzas. Su hermana viene una semana, la otra va la mamá, el papá cuando puede y yo que estoy pendiente de ir a verlo todas las semanas.
¿Qué me molesta? Saber que Gerardo está preso injustamente, que no hizo nada ilegal, que lo agarraron en una carpa, en un campamento de estudiantes que pedía el cese de la represión y la libertad de los estudiantes detenidos. El abuso de las autoridades, el maltrato y la tortura a la que los someten.
¿El momento más duro? Que mis hijos lloren por su papá, que se le guinden y no quieran separarse de él. Mis hijos le lloran, le imploran, a los custodios para que no los saquen. “Un ratico más”, les dicen. Los niños lo extrañan, quieren ir al parque con él, jugar. Uno espera que los cumpleaños sean reuniones de amiguitos, con globos y tortas. Uno nunca se imagina que el cumpleaños de un hijo va a ser una visita en un centro de detención y torturas.
¿Miedo? Gerardo no tiene miedo. A veces lo noto triste, pero no les tiene miedo. Su papá quiere que cuando todo termine —si es que termina algún día— Gerardo se vaya con nosotros fuera del país. Él le dice que no, que nunca se irá de Venezuela. Él sigue estudiando, sigue leyendo, aunque los guardias revisan todo lo que llevamos y no permiten pasar ningún texto de política. Dice una y otra vez que no descansará, que seguirá luchando por el país. No han logrado quebrarlo, no van a doblegarlo. Nunca lo he sentido lleno de odio, su mamá me dice: ‘ya sabe lo que tiene que decirle, recuérdele a Gerardo que lo amo, que estamos rezando por él, que se mantenga fuerte’. Y él cumple, mantiene su fe, dice que cree en la reconciliación del país.
Los métodos de tortura en ‘La Tumba’
Las palizas son hoy el método más habitual de tortura y maltrato en todo el mundo, de acuerdo con Amnistía Internacional. Las palizas pueden consistir en patadas y puñetazos, y también pueden entrañar el uso de palos, culatas de armas, látigos improvisados, tuberías de hierro y bates de béisbol. Las víctimas pueden sufrir hematomas, hemorragias internas, fractura de huesos, pérdida de dientes, rotura de órganos y, en ocasiones, la muerte, indica la organización en su sitio en Internet. Amnistía Internacional también ha documentado entre 2013 y 2014 prácticas y métodos de torturas aplicados en todo el mundo, que incluyen, pero no se limitan a: aislamiento prolongado, privación del sueño, privación sensorial, condiciones de detención inhumanas, someter a las personas privadas de libertad a largos períodos de calor o frío extremo y negación de asistencia médica. Todas estas prácticas mencionadas han sido denunciadas por los detenidos en los sótanos del Sebin en Plaza Venezuela y sus familiares. En un comunicado difundido por los padres de Carrero, Valles y Gómez Saleh, los jóvenes exigen el cese de las torturas, de la privación de la luz solar, la libertad de los presos políticos, el cierre definitivo de ‘La Tumba’ y el cese del aislamiento celular, como se conoce a la práctica en los calabozos del Sebin.
Aislamiento prolongado provoca daños irreversibles
El aislamiento prolongado es un método de tortura, según la Organización de Naciones Unidas (ONU). Juan Méndez, representante especial de ONU para la Tortura, define el aislamiento carcelario como un régimen en donde se mantienen aislados a los internos, viendo sólo a guardias, durante al menos 22 horas al día.
Este procedimiento ha sido usado por países del norte de África, EEUU e Israel, pero también por grupos terroristas como Al Qaeda. El aislamiento prolongado puede producir daños irreversibles que comienzan con depresión, insomnio, ansiedad, privación sensorial y emocional, episodios de neurosis, pero que en casos extremos puede llegar hasta el entumecimiento emocional, el decaimiento de las capacidades intelectuales y pérdida de memoria, de acuerdo con estudios de la Universidad de California, que documentó los efectos de este método de tortura en prisioneros y que fueron publicados en un trabajo de la BBC.
La práctica del aislamiento es utilizada para intentar ‘quebrar’ a los recluso psicológica y emocionalmente. También para lograr que aporten información, o simplemente como castigo corporal y psicológico. La ausencia de contacto con otras personas, la soledad, el silencio y la privación de luz y aire natural, puede también causar trastornos y llevar a la locura.
El documental The Gatekeepers (Los Guardianes, 2012), del director israelí Dror Moreh revela algunas prácticas de aislamiento utilizadas por el Shin Bet, el servicio secreto interno israelí, contra prisioneros palestinos. Avraham Shalom y Yaakov Peri, ex jefes de esta agencia de inteligencia entre 1980 y 1994, revelaron en entrevistas que los servicios secretos cubrían los ojos de los prisioneros, les sacudían el cráneo, les dejaban horas en la oscuridad absoluta y los sometían a largos períodos de aislamiento para quebrar la voluntad los sospechosos.
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