En las elecciones presidenciales de 2013, Henrique Capriles capituló nuestro triunfo, y nos mandó a nuestras casas “a tocar cacerolas y a bailar salsa”, porque, según él, había que evitar los muertos. De esta forma, Capriles entregó a Maduro la presidencia y le permitió dirigir nuestro país por tres años, durante los cuales se han producido 80 mil asesinatos por culpa de su mal gobierno. ¡Vaya forma de evitar los muertos!
Tres años más tarde, Capriles comete el mismo error. Nos pide esperar a que se realice un hipotético referendo revocatorio, a pesar de la catástrofe humanitaria que padece Venezuela, y que está a punto de provocar una explosión social, cuyos primeros signos son los saqueos por hambre en todo el territorio nacional.
Capriles conoce el peligro del inminente estallido social, porque así lo ha reconocido públicamente, pero de todas maneras insiste en que la solución es el revocatorio, aunque el gobierno le pone todo tipo de trabas y lo posterga cada vez más.
No solo eso, sino que además Capriles se ha convertido en el principal detractor de la propuesta del Dr. Enrique Aristeguieta Gramcko, de remover a Maduro hoy mismo por su condición de colombiano; pese a que no tiene argumentos válidos para oponerse.
Podría concluirse, pues, que Capriles es el culpable de las muertes y del sufrimiento que se produzcan por atrasar la salida de Maduro. Pero él no es el único, los diputados de la MUD también lo son, puesto que gritaron en la Asamblea “Maduro colombiano” y no se atreven a deponerlo usando el Decreto Gramcko.
Corresponde a la sociedad civil presionar para que Maduro abandone la presidencia antes de que se produzca el “caracazo” nacional; pero, paradójicamente, la presión debe ir dirigida hacia Capriles y hacia los diputados opositores, para que aparten la cobardía y cumplan con el mandato que el pueblo les encomendó el pasado 6 de diciembre.
Luis José Semprum