Obama: “No soy prisionero de
la ideología ni del pasado…”
Escribo estas líneas a primeras horas de la tarde del sábado, al terminar la decisiva primera sesión plenaria de la VII Cumbre de las Américas.
En la sesión inaugural, celebrada anoche, se esperaba lo mejor: Barack Obama y Raúl Castro, sonrientes aunque vagamente recelosos, se habían estrechado la mano ante las cámaras en un gesto histórico, algo así como el anuncio de grandes cambios por venir. Las fotos de ese saludo ocupan hoy las primeras páginas de todos los periódicos del planeta. Con la tanda de discursos de este sábado, sin embargo, ese optimismo puede en realidad tener, en el mejor de los casos, un desenlace incierto.
Es lógico pensar que Obama quería aprovechar el escenario de la cumbre, con todos los jefes de Estado y de gobierno del hemisferio como testigos excepcionales de su decisión de ponerle punto final a una crisis excesivamente antigua, último y anacrónico vestigio de una guerra fría que terminó hace 26 años, pero tal vez se equivocó. En su intervención durante esa plenaria, para justificarse ante los dirigentes políticos de su país que no comparten su decisión, Obama señaló que él no era prisionero de la ideología ni del pasado, que a él sólo le interesan las cosas “tangibles.” Una explicación innecesaria.
Por muy estadounidense que sea el utilitarismo como principio esencial de la filosofía dominante en Estados Unidos tal como la desarrolló William James, cabe preguntarse si por muy pragmático que se sea es posible ser jefe político de una superpotencia como Estados Unidos sin amparar sus acciones en la historia y en el pensamiento político. Peor aún, al seleccionar la cumbre como escenario para promover su decisión de normalizar la relación de Washington con La Habana, Obama perdió de vista el hecho de que, al hacerlo, entraba en un terreno ajeno por completo a su confesada preferencia por las realidades prácticas sobre las intangibles especulaciones retóricas, tan típicas de los políticos latinoamericanos, especialmente de los que se mueven como peces en las aguas del dominante antiimperialismo tercermundista.
El segundo error de Obama fue firmar, apenas unos días antes de la cumbre, el explosivo decreto que, para poder sancionar a siete funcionarios del régimen madurista por corrupción y violación de los derechos humanos durante la represión de las protestas callejeras del año pasado, tuvo que recurrir al protocolo de denunciar al gobierno venezolano como una amenaza extraordinaria a la seguridad interna de Estados Unidos. Fue poner en manos de Maduro un instrumento mortífero, tanto para confundir sanciones con nombres y apellidos de siete funcionarios, con sanciones a Venezuela como nación, similares a las que hace más de 50 años se le aplicaron a Cuba, que es lo que ahora Obama pretende rectificar.
Rafael Correa, Dilma Rousseff, Cristina Fernández, Evo Morales, el propio Maduro y, por supuesto Raúl Castro al final de su interminable memorial de agravios, cantaron a coro los desmanes imperiales de Estados Unidos en América Latina. Y aunque Castro le ofreció disculpas a Obama por su recuento histórico de 56 años de agresiones a Cuba, pues él no había tomado parte en ellas, lo señaló como quien a pesar de querer normalizar las relaciones con Cuba, ahora pretende repetir esas agresiones con Venezuela. Como le advirtió Evo Morales a Obama en su intervención, los pueblos de América Latina ya no son obedientes, saben lo que dicen y hacen lo que dicen. “Déjenos vivir en paz”. Y para ello, todos exigen que Obama derogue el dichoso decreto.
¿Representa Obama en verdad una “nueva era de relaciones” entre las dos Américas, o tantos años después Cuba está a punto de imponer en el continente su posición revolucionaria, socialista y antiimperialista? Hay que esperar y ver.
Armando Durán