En las últimas semanas, la caída en los precios del petróleo ha alborotado el avispero referente a las perspectivas económicas del país. Es entendible. Venezuela no es dependiente del petróleo: es petróleo.
La afirmación de que el país está preparado para enfrentar una caída permanentemente del precio no es cierta. La verdad es que nuestra economía ya había perdido el equilibrio con precios altos del petróleo debido al modelo de control. Un desplome de ingresos externos es como echarle picante habanero a una herida infectada.
Pero debemos precisar algunos elementos para no pecar de simplistas. Las proyecciones del mercado petrolero son inciertas. Ese precio es impredecible y es aún muy temprano para concluir que su tendencia de caída es estable. Si revisamos su comportamiento en los últimos años, conseguimos que han habido vaivenes severos hacia arriba y hacia abajo, pero con una tendencia a autoajustarse, por lo que cualquier cosa puede pasar.
Si el precio se mantiene bajando, obviamente la preocupación está justificada. El margen de maniobra del gobierno para atender una crisis de este tipo es bajo, debido a que lo agarra desbordado por su terquedad de no ajustar, lo que ha deteriorado la economía y afectado también su margen de maniobra en términos políticos.
Pero, ¿a qué precio del petróleo la situación se hace realmente crítica? Esta es la pregunta del momento. El problema es que la respuesta es decepcionante: no hay forma de saberlo. El intento rígido de calcular lo que en economía llamamos el “Break Even Point”, es decir, el punto de quiebre, tiende a suponer que el gobierno no tendrá ninguna reacción ante la crisis y se mantendrá exactamente igual como está ahora. Con ese análisis estático, ya el precio actual cruzó la frontera, pero ese es un supuesto absurdo. Si el precio del petróleo cae, es evidente que los ingresos se desploman, pero también la teoría de juegos nos lleva a esperar que el gobierno reaccione en consecuencia para protegerse. El punto de quiebre es dinámico y se mueve no sólo al ritmo de la caída de los ingresos petroleros (que es la única variable que miran los linealpensantes), sino también por las potenciales reacciones estratégicas del Estado, tales como la posible venta de activos externos (como Citgo), la reducción de la demanda de divisas (producida por una devaluación), el control de los costos por ineficiencia (un aumento de la gasolina sería un ejemplo de oro), la reducción de los gastos innecesarios en dólares (Vg. la restricción de los subsidios internacionales) o la contracción de las importaciones públicas vs. el estímulo a la actividad privada, que haría mas eficiente el uso de las divisas. Todo esto sin contar la posibilidad de financiarse, aunque a costos locos.
En otras palabras, la frontera de precios de peligro depende también del ajuste que puede aplicarse a la economía. Según nuestros cálculos, si la caída está en los rangos esperados y el precio no baja de 90$ promedio, las necesidades de cobertura podrían estar cercanas a los 10 millardos, una cifra que podría cubrirse combinando algunos de los ajustes antes mencionadas. Si el promedio baja a 80$, el problema se amplificaría 7 millardos más y requeriría un ajuste integral para abordarlo, costoso, pero manejable. Si el promedio en cambio baja a lo que dice el supuesto del presupuesto nacional (60$), la pérdida de ingresos sería de 21 mil millones de dólares con respecto a los ingresos actuales y el hueco, si lo expreso con todos sus ceros, se come el espacio completo de este artículo. En este caso, además de ajuste habría que hacer magia. Afortunadamente, los supuestos del presupuesto venezolano nunca se cumplen. Algo bueno tenían que tener.
luisvicenteleon@gmail.com / @luisvicenteleon
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