América Latina expone una diversidad de modelos de gobierno y de políticas públicas. Los resultados son distintos en cuanto a éxitos y fracasos. Se observan situaciones bien diferentes en el crecimiento económico y los indicadores sociales, pero particularmente en el signo y el ritmo de sus respectivos cambios. Esta realidad fue muy bien descripta y analizada por el ex presidente chileno Sebastián Piñera en una conferencia dictada días atrás en nuestra ciudad con el título “Presente y futuro de América latina y Chile”, por invitación de la Fundación Libertad y Progreso.
Piñera distinguió básicamente tres modelos: el aplicado por los países de la Alianza del Pacífico, el vigente en el llamado eje bolivariano o ALBA y el aplicado con diversos tonos por los países del Mercosur.
El primero abarca México, Colombia, Perú y Chile, con posibilidades de incorporar a Panamá y Costa Rica. El acuerdo de la Alianza del Pacífico fue suscripto en 2012, aunque la homogeneidad de las políticas de esos países data de algunos años antes. Sus rasgos fundamentales son el respeto por las instituciones, la apertura al mundo, la economía de mercado y el equilibrio fiscal.
El modelo del ALBA o del socialismo del siglo XXI, aplicado en Venezuela, Nicaragua y con rasgos atenuados en Ecuador y Bolivia, se caracteriza por el intervencionismo, el cierre de la economía, el elevado gasto público, el control de cambios y de precios, con estatismo y una baja calidad institucional.
El modelo predominante en el Mercosur se encuentra entre los dos anteriores. Son economías de mercado, pero intervenidas y con proteccionismo, con elevado gasto público y diversa calidad institucional. La Argentina pertenecería a este último grupo, aunque con una clara aproximación al eje bolivariano.
Los cuatro países de la Alianza del Pacífico no se han planteado la conformación de un mercado común o una unión aduanera sólo entre ellos. Si bien caminan hacia la supresión de sus fronteras comunes y el libre tránsito de personas, se han abierto al resto del mundo a través de acuerdos de libre comercio con un gran número de países, incluidos Estados Unidos y los de Europa.
El 92 por ciento de las importaciones chilenas ingresan con arancel cero y las restantes lo hacen con un derecho uniforme y muy bajo. Ese ha sido el instrumento clave de la competitividad y del desarrollo de industrias y servicios de calidad y costo internacional. Esto, a su vez, ha permitido aumentar el empleo y el salario real, contradiciendo la presunción de que se requiere proteccionismo para mejorar la ocupación y las condiciones laborales.
Las comparaciones expuestas por el ex presidente del país vecino fueron suficientemente expresivas. El crecimiento económico para el conjunto de los países de la Alianza del Pacífico supera actualmente al del resto de la región.
Entre 2008 y 2013, el producto bruto interno (PBI) de Chile creció 23,7%; el de Perú, 30%, y el de Colombia, 21%. En ese mismo período, Brasil lo hizo en 18,7%; la Argentina, 16,9%, y Venezuela, sólo 6,6%.
Con 23.165 dólares de ingreso por habitante, Chile se ubica, en 2014, en el primer lugar en América latina. La inflación proyectada para este año asciende al 68% en Venezuela, al 40% en la Argentina y al 6% en Brasil, en tanto que no supera el 4% en ninguno de los países de la Alianza del Pacífico.
El desempeño económico tiene su correlato en el progreso de las variables sociales y en la calidad institucional de los países. Esto se advierte en las mejoras en la esperanza de vida al nacer, en la reducción de la mortalidad infantil, en la disminución de la pobreza y el desempleo, y en el progreso en las mediciones PISA en el campo educativo.
El valor de la exposición de Sebastián Piñera es que tiene el respaldo testimonial de la propia experiencia. Debieran hacerse votos para que los países de la Alianza del Pacífico no desvíen su curso y también para que las restantes naciones latinoamericanas tomen debida nota de esa exitosa experiencia.
Vale esto especialmente para las autoridades y los dirigentes de nuestro país, luego de que en los últimos años profundizara su peligroso camino de aislamiento internacional, al tiempo que optó por un marcado intervencionismo con rasgos cada vez más autoritarios que la acercan al modelo chavista, cuyas graves consecuencias pueden vaticinarse con una simple mirada imparcial sobre los problemas socioeconómicos que hoy vive la población de Venezuela.
LA NACION/ ARGENTINA
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