martes, 17 de marzo de 2015

GUSTAVO TOVAR-ARROYO: ¿verde o perverso?

¡Impunidad y
cinismo rojo!


Las zorras del poder

Lo hemos dicho hasta el agobio: el chavismo dispara a la cabeza de Venezuela, ese es el signo de su tiempo desde 4 de febrero de 1992, también lo será mañana y pasado mientras persistan en el poder. Esto no se ha acabado, empeorará.

Sabemos que no tienen ningún escrúpulo, cuando no nos encarcelan y torturan, nos asesinan a mansalva, para ellos las balas pasan rápido, suenan a vacío cuando impactan en la cabeza de los niños venezolanos, por eso los ultiman con tanta frialdad.

No les importa nada: disparan y sonríen en televisión. Es su naturaleza.

Además, las muertes “pasan rápido”, muy rápido, tan rápido que ni cierto sector del mundillo opositor se entera. ¿“Opositor”? No creo, por ejemplo, que Henry Falcón lo sea.

Las zorras de la política -esas que están un día de un lado y el siguiente del otro, todo por unas cuantas monedas- se irritan cuando uno advierte y reclama los asesinatos o las torturas, cuando uno levanta la voz en defensa de los derechos humanos, la libertad o la democracia, ni hablar de condiciones electorales justas (se horrorizan), dicen que hay que “enamorar” a los sicarios y en ese afán insensato de mantener sus puestos y sus guisos, de no perderlos, no atienden con honestidad la gravísima situación que soporta nuestro país, la disimulan, incluso la excusan. No sólo son cínicos, son traidores.

Son las zorras del poder, un día de un lado el siguiente del otro. Los hay chavistas, pero también opositores: un día son demócrata cristianos otro día fascistas, lo inaudito es que terminan siendo las locas más furibundas de la tribuna donde se encuentren.
Locas, pero asesinas.

Humor negro o rojo, da lo mismo

Me parece un singular recurso retórico de pésimo sentido estético -digamos, de doña estridente, babosa y frívola- que llamemos a los crímenes de lesa humanidad “humor negro”; también podríamos llamarlo humor “rojo rojito”, pero da lo mismo, el resultado es igualmente desgarrador: una cabeza despezada, sangrante, echa trizas, sólo por soñar en libertad.

Sea del color que sea llamar “humor” a un crimen de lesa humanidad, según Hannah Arendt es banalizar el mal y es el fundamento filosófico y jurídico que dio en gran medida nacimiento al Tribunal Penal Internacional de La Haya y al Estatuto de Roma (instrumento jurídico mundial que tipifica los peores crímenes cometidos por el hombre contra el Hombre, como el que Chaderton acaba de convalidar: una bala pasa rápido y suena vacío cuando asesina a un niño -opositor- de Venezuela).

¡Qué vergüenza, carajo! ¡Qué impunidad y cinismo! ¡Qué asco! Así son, así serán siempre.

Imagino que cuando Roy Chaderton no los puede manosear o tocar -a los niños-, cuando no puede “perrear” con ellos en chillonas, psicodélicas y floripondias rumbas trance chavistas, como hacía con Robert Serra, los prefiere muertos.

Fue él quien lo dijo en televisión, no yo. Además, en el pervertido despelote chavista todo es cuestión de humores, como se darán cuenta yo también tengo el mío, acaso más rojito que negro; eso sí, el mío no asesina, sólo quema. Pero no se irriten, me disculpo, también mi familia se horroriza. Creo que Venezuela entera se horroriza.
Yo igual sigo.

El moco líquido

Roy Chaderton era amigo de mi familia, un tío (de afinidad) lo apreciaba y hasta respetaba. Estaban formados bajo el mismo escudo demócrata cristiano de política exterior que impulso Arístides Calvani.

Cuando todavía se cuidaban ciertas formas en la política e incluso ciertas distancias, cuando no se bailaba “perreao” ni se manoseaban entre sí los diplomáticos y sus discípulos -perdónenme, pero mi terrible humor rojito no me permite erradicar la imagen de Chaderton perreando con su amiguito, el yunkie Pedro Carvajalino, en los cortes del programa cuando tuvieron juntos la banalización asesina- a Roy se le veía en las reuniones de nuestra familia.

Recuerdo una ocasión festiva en la que los primos y yo traveseábamos con un singular juguete que no sé si lograrán recordar como era con mi sola mención, era una sustancia pastosa y verde (muy verde), babosa y densa, pegajosa y escurridiza, que llamaban repulsivamente el “moco líquido” (Slime en inglés), y sorpresivamente, mientras jugábamos los niños, se nos apareció Chaderton.

Quería jugar con nosotros, divertirse, retozar, manosear el moco y mostrarnos como él, pese a su decrepitud, también traveseaba y sabía manipular bien aquel pastoso pus.

La verdad logró impresionarnos, era un maestro con el moco líquido (ojalá los yunkies de Zurda Konducta lo inviten a su programa y le pidan que manipule uno, comprobarán que no miento).

Sin embargo, la tía, quizá advirtiendo otras cosas que prefiero no mencionar y que para entonces eran tabú, interrumpió el manoseo (de aquella cosa pastosa), nos alejó de la sustancia verde y nos pidió que nos fuéramos al jardín a jugar futbol, que no perdiéramos el tiempo con esa cosa repulsiva, con ese moco.

Niños al fin, pícaros y un poquitín bullies (lo reconozco) desde entonces llamamos a Roy Chaderton: el moco líquido.

Lo sé, no está bien comportarse así y siempre fuimos reprendidos por nuestros tíos (que lamentablemente ya murieron) por burlarnos del moco líquido, pero dado que estamos en tiempos de humores negros y rojitos me pareció una idónea oportunidad para recordarlo.

¿No les parece?


No por verde sino por perverso

No creo que fuera nuestra intención llamar a Chaderton “moco líquido” por verde (muy verde), pastoso o escurridizo, por denso (como dice él sobre sí mismo), baboso o pegajoso; de verdad, no lo creo.

Pienso -y me excuso, pido disculpas a mi familia que debe estar horrorizada por develar el secreto- que lo hacíamos por su casi perversa capacidad de manosear objetos infantiles. Era obvio, siempre fue así.

Pero debo señalar que pese a lo uno o lo otro y pese a la indignación que nos produjo su criminal banalización del mal, su justificación de centenares de asesinatos políticos con certeros disparos en la cabeza de manos de francotiradores chavistas, jamás de los jamases se me ocurriría expresar con regocijo que si la bala de un francotirador impactase sobre la cabeza de Roy Chaderton un salpullido gigante de verde y purulenta mucosidad brotaría de ella.

Recuerdo que cuando conocí a Chaderton sentí un asco instantáneo. No lo niego. Hoy a aquel asco se suman el desprecio y la vergüenza. Sin embargo, no soy capaz ni creo que mis primos lo sean de desearle una muerte tan despiadada y ruin -al moco- como un disparo en la cabeza, mucho menos, con una sonrisa en la jeta.

Nosotros no somos como él, nosotros no somos como ellos. Nuestro humor negro no está salpicado de sangre ni de muerte.
Nuestro humor es una tristísima respuesta literaria. Sólo eso. Pero la escribimos con ferocidad no contra el viejo verde, sino contra el perverso.

Sí, contra el perverso…


Por: Gustavo Tovar Arroyo