miércoles, 27 de enero de 2021

TRUMP Y LA BRUTAL CACERÍA DE PERROS

ESCRITO POR César Indiano

La estrepitosa caída de Donald Trump me recuerda a la fábula de Liliput: una masa furibunda de pequeñitos hombres malvados, cada uno con su soga, se ponen de acuerdo para derribar a un gigante que en nada les ha ofendido.

Trump ha caído y no era para menos. Ha sido la cacería de perros más feroz de la historia del mundo. La consigna universal de la infamia – desatada contra este hombre desde el minuto uno – ha dado resultado. Para el logro de este diabólico propósito debieron aunar y sincronizar sus fuerzas todas las legiones de la izquierda radical americana, todas las hordas de intelectuales enfermos y todas las huestes traidoras de la derecha europea. Todos coordinaron sus rabias más tétricas para destruir a un hombre que básicamente no le ha hecho ningún daño a ninguna persona y a ninguna nación.

Desafío al más célebre de los eruditos americanos a que me diga un sólo mal ocasionado por Donald Trump a los Estados Unidos de América. No demando a las izquierdas pues ya sé que éstas están integradas por manadas de burros que se glorían de sus maldades y sus necedades, mi reto es para todas “las celebridades de la rectitud” que se jactan de hacer justicia, de defender lo correcto y de cuidar las democracias. Quiero saber por qué un idiota como Jack Dorsey se cree mejor persona que Trump ¿en qué es mejor? O sea que uno inventa un pedorro pajarito azul y con eso basta para insultar al dignatario más importante del mundo. Qué bonito.

Pregunto ¿Cuáles son los pecados de Trump? ¿le odia el mundo entero por ser guapo, rubio, alto y rico? Yo creo que no es únicamente por eso, porque si fueran estas las únicas razones de fondo para tanto aborrecimiento, esta infamia universal estaría encabezada por una muchedumbre de enanos, pobres, prietos y feos. Pero que va. Es la primera vez en la historia del mundo que blancos y negros, magnates y desgraciados, débiles y fuertes, coordinan acciones de forma eficaz para hundir a un hombre que fue acusado de todos los males de la tierra sin que nadie presentara jamás ninguna prueba.

En la trampa de la ciega conjura contra Trump cayeron las lindas rubias de Hollywood, los gigantes de la NBA y hasta los pordioseros del Bronx. Todos decidieron perder el juicio a la cuenta de tres y se taparon los oídos. Nadie quiso escuchar al hombre que ofreció una América grande en fe y valores históricos, una América libre de inmundicias chinas, una América emancipada de criminales fronterizos, de cárteles demoniacos y de vividores del estado que hoy cierran filas con el crimen organizado para preservar una corrupción que campea a sus anchas en los propios hígados de la nación más rica del mundo. Nadie comprendió su mensaje de una América viril; libre de basura.

Nunca tuve claro cual era la maldad del señor Trump. Comencé a sospechar que Trump es un hombre extraordinario cuando capté que las peores cucarachas de este mundo le aborrecían. La vida es sencilla, dime quien te odia y te diré quien eres. Hice una suma mental rápida y descubrí que a Trump lo odian los farsantes, los ateos, los trapicheros, los cárteles de la droga, las diablas, los polleros, los marrulleros, las abortistas y los dictadores. Dos más dos es igual a cuatro: Trump es grande.

Siempre lo fue. Tras residir más de dos años en Barcelona me leí más de cien artículos en ABC, la Razón, El País y La Vanguardia buscando las pruebas concretas de la supuesta maldad de Trump; nunca las encontré: solamente leí mentiras y mierda. Refritos e infundios reciclados de Times y Le Monde. Tontos análisis de zánganos que escriben desde una auto veneración intelectual, como si ellos inventaron la miel.

La prensa española, francesa e inglesa lanzó mil lanzas arrojadizas – con la punta envenenada – contra un político que jamás movió un dedo para perjudicar a Europa. Todo lo contrario, Trump se mostró condescendiente en sus obligadas visitas a los mercaderes del templo en Bruselas. Soportó con elegancia los desplantes modositos de Macron y sufrió en silencio las insolencias de Boris Johnson. Pero qué curioso, para la prensa política mundial únicamente Donald Trump es orgulloso, arrogante y despiadado. Todos los demás infelices son, según las salas de redacción, unas mansas palomas.

Las relaciones diplomáticas del mundo occidental son asquerosamente hipócritas y en ningún protocolo se percibe el más pequeño gesto de respeto o gratitud hacia las personas y naciones que realmente son gigantes. Hasta el presidente de Tanganica se cree con derecho a denigrar al presidente de los americanos ¡qué le pasa a este mundo!

Todos los líderes europeos – con excepción de Vladimir Putin – se han comportado como unos parias ante la prestancia de los cargos. Y como la pobre gente de las barriadas mira que los líderes son unos bribones, entonces cualquier borracho de barracón se cree con derecho a insultar a Trump. En la campaña universal de la infamia desatada contra este señor hasta los barrenderos se volvieron inicuos. Para apuntarse al odio sin motivos contra Donald Trump la fila llega de aquí hasta Mongolia. En fin, sigo sin comprender desde cual superioridad moral los cantantes, los deportistas, los periodistas y los académicos se consideran mejores personas que Trump. En qué aspecto son mejores, yo deseo saberlo.

Para mí, en este oprobio universal desmedido hay gato encerrado ¿Por qué tendría que ser más valiosa la opinión de Arnold el Exterminador que la de Donald Trump? los errores y defectos del presidente americano son nada en comparación con las estupideces que ha dicho y hecho Arnold Schwarzenegger en su patética vejez. Claro, todas las celebridades que estaban en desgracia aprovecharon el momento para limpiar su oscuro expediente con sólo gritar al unísono ¡Trump es el culpable de todo, a por él!

La gran nación americana no caerá por una saturación masiva de misiles enemigos (chinos o coreanos) ni por debacles financieras improbables; no señor, sus mismos habitantes la autodestruirán cuando hayan exterminado a todos los patriotas. Conducidos por idiotas abominables como John Bolton, Mary Trump, Michael Wolff, Ann Applebaum, Oliver Stone y una lista larga de difamadores experimentados, los Estados Unidos llegará a ser dentro de un par de décadas, más o menos, una quema mundial de comunistas malnacidos y de criminales endiosados por las masas.

Cuando Nerón llegue al capitolio y mate a su propia madre con el aplauso de la multitud será la primera señal, caerá hecha añicos la estatua de la libertad y de la gran nación americana sólo quedarán las cenizas.

Biden sólo es un anunciador que llega a la casa blanca con un gabinete de seres perversos. Bastará un mes para que la desguazada nación americana pase de lo sublime a lo puerco.  Pero el verdadero leviatán aparecerá después de Biden, ese vendrá envuelto en un traje de llamas rojas para convertir en cenizas la constitución americana, para derribar todas las estatuas de los hombres buenos y para borrar de las monedas la frase que volvió suprema a la gran nación del norte: In God We Trust. 

Trump acabó su vida política haciendo berrinches porque hasta el 3 de noviembre del 2020 se enteró de que los malos son más. Luego, si lo dejan con vida, aprenderá que no sólo son más, sino que el rencor de los malignos no tiene fin. Carece de límites.