“No tengo Twitter. No tengo Facebook. No contesto el teléfono. No abro la puerta”. Mario Vargas Llosa, el premio Nobel de Literatura (2010), me habla sin prisa y sin esconder nada, junto a la biblioteca de su apartamento en la capital española. “Tengo una mujer maravillosa que hace todas esas cosas y me facilita el que yo pueda dedicarme fundamentalmente a lo que a mí me gusta, que es leer y escribir”.
Tampoco usa Google. En cambio una docena de diccionarios descansan en el escritorio, junto a una ventana, donde ha escrito sus últimas tres novelas. “La modernización para mí es una pesadilla”, me asegura con los brazos cruzados sobre su camisa azul y muy a tono con las críticas que hizo en su libro La Civilización del Espectáculo. “El 80 o 90 por ciento de (de los tuits) son adefesios, tonterías, cosas de ociosos”. ¿Se puede decir ‘tuitear’, ‘bloguear’ y ‘facebookear’? “Suena horrible y yo no lo dijo. Me parecen malas palabras, obscenas, vulgares, feas, suenan todas como prestadas de otras lenguas.”
Vargas Llosa, de 78 años y más de 20 novelas, no se quiere convertir en estatua. “El premio Nobel lo convierte a uno en una especie de figura pública”, me explica, enumerando los reconocimientos, cocteles, doctorados honoris causa, comités y entrevistas que tiene que rechazar para seguir escribiendo. “No me quejo de haber recibido el Nobel –estoy muy contento- pero yo tengo que dedicar mucho más tiempo a defender mi tiempo.”
Yo era –me quedaba claro– una de esas “presiones mediáticas invasoras” que le quitan tiempo para escribir. Pero me aguanté la pena y le hice preguntas por casi una hora. Había viajado a Madrid para entrevistarlo sobre la adaptación para la televisión de su novela La Fiesta del Chivo (2000). La novela se centra en la brutalidad, crueldad y desaforado apetito sexual con que el dictador, Rafael Leónidas Trujillo, gobernó República Dominicana de 1930 a 1961.
El dictador Trujillo muere asesinado en un auto. Entonces, le pregunto a Vargas Llosa: ¿Se vale matar al dictador? “Yo creo que sí; a un dictador como Trujillo, sin duda”, me responde. “El tiranicidio es algo perfectamente legítimo. Los asesinos de Trujillo fueron verdaderamente, no asesinos, sino ajusticiadores.”
¿Y Cuba? le pregunto. ¿Para usted Raúl y Fidel Castro son dictadores? “Absolutamente”, me dice. “Yo creo que ahí se han cerrado todos los espacios”. Sigo. “Si usted justifica la muerte de Trujillo, ¿se vale tratar de matar a los Castro?” Vargas Llosa se detiene. “Mire, creo que en cada caso hay que estudiar el contexto”, me dice. “Yo no puedo fijar la estrategia que corresponde en el caso de Cuba porque no estoy ahí, porque yo no vivo adentro”.
Pasamos a Venezuela y al líder del régimen post chavista. “(Nicolás) Maduro es un dictador”, declara sin ambivalencias. “Maduro utiliza cada vez más la represión para combatir a la oposición. Ha ido cerrando los espacios de crítica”. Luego me da una lista: “Venezuela tiene la inflación más alta del mundo… El país se ha convertido en el más violento… La corrupción, en lugar de reducir con la revolución, ha aumentado las diferencias sociales… La televisión está totalmente controlada por el gobierno a través de testaferros… Es un fracaso total”. Sin embargo, me aclara, “conozco a muchos de los dirigentes de la oposición y a ninguno le he oído que hay que matar a Maduro; ellos piensan –y creo que con razón– que todavía se puede resistir dentro de la legalidad a una dictadura”.
Las críticas de Vargas Llosa, gusten o no, se oyen en el mundo. En 1990 llamó “dictadura perfecta” a los abusivos y criminales gobiernos priístas en México y una década después llegó la democracia. “No era tan perfecta, felizmente”, corrige hoy con una sonrisa. “Pero eso se debe en gran parte a alguien del PRI que fue capaz de traicionar al PRI –que es (el expresidente Ernesto) Zedillo. Yo le tengo mucha admiración a Zedillo”. Con el retorno del PRI a la presidencia en México, ¿le preocupa el regreso de la “dictadura perfecta”? “Yo creo que no va a regresar”, calculó. “Sí, hay mafiosos dentro del PRI. Sin ninguna duda está lleno de mafiosos todavía. Pero esos mafiosos tienen que cuidarse mucho ahora porque hay verdaderos partidos políticos de oposición”.
Quien tanto habla de presidentes alguna vez intentó serlo en Perú. Pero no fue un buen candidato, reconoce. “Si le digo la verdad, yo no quise ser presidente. Yo fui empujado por las circunstancias a obtener un papel político, algo que nunca había soñado ni querido”.
En 1990 perdió las elecciones frente a Alberto Fujimori pero insiste en participar políticamente en la vida del Perú. Keiko Fujimori es la favorita, según las encuestas, para ganar las elecciones presidenciales del 2016. Esto es algo que Vargas Llosa tratará de evitar. “Keiko es la hija de un asesino y un ladrón que está preso, condenado a 25 años de cárcel”, me dijo. “Yo no quiero que la hija –que lo primero que va a hacer si sube al poder es sacar a Fujimori (de la cárcel)– gane las elecciones. Entonces, desde luego, que voy a oponerme”.
Hablamos de todo, menos del puñetazo que le dio en 1976 en un ojo al escritor colombiano Gabriel García Márquez. “Nosotros hicimos un pacto tácito, no explícito, con García Márquez de no tocar el tema que interesa a los morbosos y a los chismosos”, me explicó. “El lo ha respetado y yo lo voy a respetar hasta el final”.
Se me acababa el tiempo y todavía me quedaban curiosidades literarias mucho más concretas como, por ejemplo, ¿qué está leyendo? ¿Qué le sorprende? “Mire, yo leo más a los muertos que los vivos… Leo más sobre seguro que antes y hago cosas que no hacía nunca antes: si un libro no es capaz de atrapar mi atención, lo dejo y no lo leo”.
Cometí el error de preguntarle sobre el escritor japonés Haruki Murakami, que es un éxito de ventas en el planeta. Pero Vargas Llosa me atropelló. “Murakami no me gusta. Me parece frívolo… Creo que es profundamente superficial”.
¿Y a quién lee de los vivos? “En España hay un escritor espléndido que se llama Javier Cercas. Para mí es uno de los grandes escritores contemporáneos. Desgraciadamente no tan reconocido como debía serlo”. Y luego me dio otro nombre. “En Perú se ha publicado hace poco una novela que me parece muy ambiciosa, un poco contra corriente, que es la de Jeremías Gamboa, Contarlo Todo”. Y como el “efecto Oprah”, estoy seguro que estos dos escritores venderán desde hoy muchos más libros, gracias a que Vargas Llosa los lee y los nombró.
Terminamos con algo aún más personal. Vargas Llosa es agnóstico y no quiere rectificar, como lo hizo –según me cuenta– Jorge Luis Borges antes de morir. ¿No le da miedo morirse? “A mí no me da miedo morir. Yo creo que la muerte es responsable de las mejores cosas de la vida. La vida, si no existiera la muerte, sería muy aburrida”.
Y cerré con esto. ¿Por qué escribe? “Porque –eso que decía Flaubert– escribir es una manera de vivir. Toda mi vida está organizada en función de lo que estoy escribiendo y de lo que voy a escribir. No concebiría una vida distinta.”
El Nuevo Herald
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