Las bacterias
No soy analista político ni me interesaría serlo. En el tiempo que vive Venezuela quien se atreva a señalar que analiza la “política” es un petulante, por no decir un chiflado.
En Venezuela no hay política que analizar porque en el país, secuestradas las instituciones por la dictadura, no hay política, hay en todo caso un circo demencial cuya función no cesa; todos los días nos muestran un nuevo y perturbado espectáculo.
Sí, padecemos una epidemia de demencia en la cual el virus inoculado, la sarna inmoral, la lepra cínica, la produjo el mismísimo chavismo. Nadie más.
Ellos son los microorganismos sociales enfermos de corrupción, nuevo riquismo y perversidad; los verdaderos y únicos causantes de la guerra bacteriológica que nos agobia.
Ellos son las bacterias.
Añorando a Cabrujas
En este pandemonio, todos estamos al borde de la locura. Nadie se salva y la única cura: la conciencia, también escasea.
(Por cierto, ni se les ocurra pensar que necesitamos más psiquiatras para sanear la peste, esos sí que están más locos que ninguno. No tienen remedio).
Necesitamos ciudadanos conscientes que no esperen lunáticamente que la perfección del tiempo de Dios se haga sobre nosotros, ciudadanos que luchen por reivindicar sus derechos, que protesten, que sientan el ramalazo de ver a su país arrasado por la demencia y deciden actuar.
En ese sentido, considero que Venezuela demanda menos insípidos analistas políticos y mucho más dramaturgos y poetas: cuánta falta hace Cabrujas y su colorida y lúcida sensibilidad, como antídoto.
Creo que tanta estupefacción y sobresalto nos tiene frígidos, sin capacidad de asombro; ya no sentimos, ya no padecemos, ya no interpretamos el punzante y desgarrador dolor que aqueja nuestro enorme corazón herido.
Estamos paralizados en el análisis, en las encuestas del análisis, en el diálogo del análisis, coño, es hora de sentir, de padecer, de gritar desde la desgarradura, desde el dolor, desde la rabia.
Hay que ser más venezolanos y menos autómatas a expensas de un estéril análisis redentor, hay que ver, oír, oler, notar que se nos despedaza la nación.
Hay que comenzar a mentarle la madre a los hijos de puta maduristas que están arruinándonos. Sí, arruinándonos.
Al menos, yo lo haré.
La madre de Miguel Rodríguez Torres
No sé si la madre de Rodríguez Torres esté viva, si lo está espero que me disculpe por arremeter contra ella que no tiene ninguna culpa por los crímenes de su hijo, pero señora, como madre venezolana usted me entenderá: Miguel, su peligroso muchacho, uno de los principales portadores de la demencial peste chavista, merece una sonora mentada de madre por cínico; en cualquier país civilizado del mundo su hijo debería estar preso.
Es una verdad dolorosa, pero es una verdad jurídica, un hecho histórico.
Ni exagero ni especulo, me pronuncio sin miramiento: Miguel -el Quasimodo de la “paz”- asesinó por la espalda a varias decenas de venezolanos inocentes la madrugada del 4 de febrero de 1992, intentó asesinar a la ex Primera Dama Blanquita de Pérez y a sus hijas, entre las que se encontraba una con discapacidad.
Por la gravedad de su delito, por el acto terrorista y criminal que cometió, por los sesos humanos desparramados que causaron sus balas, el ex reo Rodríguez Torres debió purgar una condena de 30 años, es decir, todavía debería de estar preso.
Desde su liberación y circense llegada al poder, Miguel, el muchacho de la mentada señora Torres, no ha hecho sino perseguir, encarcelar, torturar y asesinar a jóvenes venezolanos, quienes, desde la hiriente tristeza de sus tumbas no pueden ni podrán mentarle la madre jamás.
Con mucha frustración y dolor, a mí me toca hacerlo por ellos.
El que se cansa pierde
La bacteria que ha producido no sólo demencia, sino algo peor: violencia, en Venezuela ha sido Hugo Chávez y sus células de terror. Muchos se han infectado por ella, como Lorent Saleh. No lo acuso, tampoco lo justifico, él es solo una consecuencia errada del origen de la epidemia: el chavismo.
Que en su demente obsesión el terrorista, presidiario y asesino en serie Miguel Rodríguez Torres me acuse a mí (que no sé disparar) de violento y paramilitar -falta que me responsabilice de ser el causante de la guerra bacteriológica por mis artículos-, lo que busca es infectarme de su locura, es decir, de su chavismo.
No lo logrará. No soy ni seré chavista, ni su lepra demente, ni su violencia, me infectan. Tengo inmunidad. Mi única ráfaga son las palabras; mis municiones, las ideas y sueños de justicia y libertad.
El problema de Lorent fue dejarse infectar por la violencia y la violencia es chavista, esa es su arma “política” por ello en Venezuela no hay política.
Si queremos diferenciarnos del chavismo, si queremos cambiar a Venezuela y sacarla de la barbarie, de la demencia y de la violencia, debemos mantener una rigurosa disciplina humanista y noviolenta.
Nuestra fuerza es la moral; la fuerza del chavismo: las balas. Los actos de hoy siembran la sociedad que seremos mañana. Es necesaria la conciencia crítica y la lucidez, no C-4 ni fusiles. Chávez y Rodríguez Torres son sembradores de balas y terror; nosotros somos sembradores de conciencia.
El que se cansa pierde, y la conciencia, el sueño de libertad y el amor por Venezuela ni se cansan ni pierden, sólo crecen.
La epidemia de demencia llegará a su fin sólo si un venezolano consciente y sensible, lúcido, la enfrenta, como anticuerpo.
No hay mucho que analizar, ese venezolano consciente, sensible, disciplinado y lúcido, no violento, está en ti.
Búscalo, siéntelo, muéstralo.
Gustavo Tovar-Arroyo @tovarr
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