La gran mayoría de las encuestas recientemente publicadas dan como ganadora a la oposición en las elecciones parlamentarias que deberían realizarse antes de finalizar el año. Nunca antes, los números habían expresado con tanta contundencia la inmensa insatisfacción que corroe a los venezolanos, especialmente a los sectores populares que tradicionalmente han sido una fortaleza del voto chavista. Un dato que parpadea con luces de neón entre tantas cifras.
Las razones de este desapego creciente, y amplio en su registro social, están a la vista de todos: inseguridad, carestía, inflación, destrucción de la industria nacional y otras fuentes de trabajo decente, sofocamiento de las libertades públicas, persecución y presos políticos. Solo el encargado de superar tantas calamidades -el Gobierno que las ha causado- parece estar ausente, o más preocupado por conjurar los demonios que lo rondan en base a pases mágicos -en su caso, ideológicos- y en el bautizo permanente de un nuevo enemigo externo a quien culpar. Desde la edad media, se viene recurriendo al mismo expediente de superchería, para intentar distraer la colisión con hechos tan poco sobrenaturales como el hambre y la miseria, cuando son producto de la incompetencia humana.
Pero el mandado no está totalmente hecho para la oposición. Se ha dado el paso crucial en la MUD -a pesar de los remolinos internos- de fortalecer la unidad y presentar candidatos unitarios ante los electores. Uno lamenta el retardo en la presentación de todos los candidatos en sus circunscripciones -es allí donde se batirá el cobre electoral- pero se entiende que la puesta en escena está en construcción. Mucho del éxito posible va a depender de una adecuada correlación entre la realidad local y la agenda nacional.
Habría que evitar la tentación de “plesbicitar” las elecciones parlamentarias cargándolas de contenidos del tipo “vete ya”. Lograr que la Asamblea Nacional recupere su dignidad republicana es un paso fundamental en el rescate democrático del país; pero es un paso que va a requerir de mucho equilibrio para que no se convierta en un traspié. Empezar desde ya a enarbolar revocatorios y constituyentes -por más constitucionales que sean- para el día después de las elecciones, es un acto de insensatez política, cuando ni siquiera se sabe la fecha de las parlamentarias.
En una entrevista reciente en El País, de España, Henrique Capriles dijo que “Venezuela necesita justicia, no venganza ni revanchismo”. La frase es más que afortunada, porque alerta en contra del “a por ellos”, “ahora es que van a ver”, que alimentan algunos sectores radicales de la oposición. No habrá transición democrática sin diálogo y este diálogo, obligatoriamente, tendrá que realizarse con los sectores del chavismo concernidos por una eventual derrota electoral y su destino como fuerza política. A nadie más que al altísimo gobierno le conviene un choque que polarice de nuevo al país y les permita reflotar la confianza perdida.
La película Invictus, dirigida por Clint Eastwood, relata los esfuerzos hechos por Nelson Mandela, una vez electo como presidente de Sudáfrica, para unificar a una nación profundamente dividida por el apartheid. Quien era símbolo de la lucha contra el racismo institucionalizado, tuvo el valor y el temple de promover un diálogo nacional, para garantizar la sostenibilidad del cambio que lideró.
Apocalipsis ya, es la consigna de quienes quieren permanecer a toda costa en el poder. No les facilitemos la tarea.
@jeanmaninat