Durante la presentación de la Memoria y Cuenta, a principios de año, hubo un anuncio de Nicolás Maduro que resaltó por encima de todos los demás: “Me ocuparé de manera exclusiva a ganar la guerra económica”, dijo el Jefe de Estado en medio de los aplausos y consignas eufóricas de los diputados oficialistas.
Es decir, en 2015 tendríamos un presidente trabajando a tiempo completo, hablando en sentido figurativo, para bajar la inflación, el dólar paralelo, la escasez y garantizar la producción nacional.
Seis meses después de aquel anuncio, si nos tocara hacer un balance, lo primero que hay que decir es que si esto fuese realmente una guerra, lo de Nicolás Maduro no sería una derrota, sino una humillación. Este episodio pasará a la historia como el más tragicómico de nuestro país:
Un presidente que se inventa una guerra y la pierde. No podría ser de otra manera, pues el más grande enemigo del gobierno es su propia incapacidad.
Mientras mayor es la desmoralización de la tropa, el comandante pierde cada vez poder y el capitán comienza a monopolizar la voz de mando. Una pugna en su propio ejército, donde abundan las deserciones y todos identifican muy bien al responsable de la derrota ¿El plan perfecto del aspirante a sucesor? Nadie sabe, lo único cierto es que en medio de la mayor crisis que ha vivido Venezuela, él es el único que saca provecho.
Pulverizado el bolívar, el poder adquisitivo y el salario de quienes sobrevivimos no a una guerra económica, sino a una economía de guerra. Hay que revisar antecedentes recientes de una crisis similar, que amenaza con transformarse en una crisis humanitaria ¿Qué pasó en Alemania, Hungría, Ecuador y Zimbabue? Aquí las bajas son miles, pero forman parte de la única guerra no declarada, una nada silenciosa sobre la cual nunca han volteado la mirada los altos mandos: La inseguridad.
Nicolás, perdiste la guerra contra ti mismo y el resultado lo tienes en la calle. Por donde camines hay un signo de destrucción y miseria humillado, el problema es que tú no caminas, no quieres ver, no quieres escuchar. Un dólar paralelo que sobrepasa los 400 bolívares, una inflación que pasó los tres dígitos y una escasez que ha convertido a Venezuela en un país de mendigos te debería dar algunas señales.
No vamos a pedirte que te rindas, porque tu sed de poder es más fuerte que la urgencia de evitarle más sufrimiento a todo un pueblo. Sabemos que la desesperación se apodera de los derrotados y vendrán de tu parte más medidas absurdas, nuevas guerras imaginarias y más enemigos ficticios. A ti lo único que te importa es salvarte tú, mientras sigues hundiendo al país que una vez se llamó Venezuela.
Brian Finchelbut