“Para quien no sea
ciego ni sordo…”
Hasta hace muy pocos días, serias diferencias estratégicas y conceptuales dispersaban los esfuerzos del universo opositor, obstáculo al parecer insalvable, que surgió de los graves sobresaltos del 2002.
A partir de aquel punto polémico, quienes se oponían a Chávez emprendieron caminos contrapuestos, hasta que finalmente volvieron a integrarse en un solo haz con las elecciones del 14 de abril de 2013. Una unidad que otra vez, ¿qué hacer?, se vino abajo esa misma noche, cuando el CNE anunció la victoria de Nicolás Maduro sobre Henrique Capriles por una mínima diferencia de votos, 50,61% para Maduro, 49,12% para Capriles.
La primera reacción de Capriles fue exigirle al CNE realizar una auditoría total de las actas de votación. De inmediato, y para sorpresa de muchos, Maduro aceptó la demanda opositora, pero muy poco después se retractó por completo. Capriles convocó entonces a sus partidarios a tomar las calles y protestar para forzar al CNE a hacer la auditoría. Se produjeron violentos incidentes y varios asesinatos escandalosos en diversas partes del país y Capriles, por las razones que fuera, desconvocó la movilización de la protesta.
Tras este amargo desenlace, la restauración democrática por la vía electoral desapareció una vez más del horizonte nacional. No obstante, algunos sectores de la MUD aceptaron seguir participando en las maniobras conciliatorias y electorales del régimen. Por otra parte, de nuevo cobró fuerza la tesis de que resultaba imposible entenderse democráticamente con un régimen que de ningún modo lo era.
Desde ese instante la unidad opositora volvió a sufrir una seria fractura. De un lado quienes de nuevo hablaron de normalidad democrática para ir en busca, pasito a pasito, de nuevos espacios de poder sin generar ninguna turbulencia, argumento esencial de la estrategia pasada y futura de la MUD; del otro, quienes sencillamente calificaron a los partidos moderados de la MUD de colaborar con el régimen. Las elecciones parlamentarias de este año se convirtieron así en la manzana de la discordia entre quienes todavía le atribuían al voto el poder absoluto para cambiar de políticas públicas, y una disidencia, encabezada por Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, que con una consigna que resumía su objetivo común, La Salida, coincidía con las movilizaciones estudiantiles del año pasado para reclamar directamente la renuncia de Maduro y el cambio de régimen como únicas alternativas reales para salvar a Venezuela del abismo socialista cubano.
La agudización de la inseguridad, la inflación y el desabastecimiento, sumados a la sequía de dólares para medio combatir el alza creciente de los precios, un diferencial cambiario cada día mayor y la debacle del mercado internacional del petróleo potenciaron esta propuesta radical hasta el extremo de conducir a un cambio inesperado del pensamiento y la acción de Capriles.
“Esto se acabó”, sostuvo con firmeza ante la situación política actual, antes de reunirse con Machado, Ledezma y el representante de López. Frase breve y contundente, pero suficiente para borrar de golpe y porrazo las diferencias que paralizaban a una oposición, que ahora, de acuerdo con todas las encuestas, representa una sólida y amplísima mayoría. Para quien no sea ciego ni sordo, esta súbita decisión de Capriles constituye un hecho político de enorme y dramática trascendencia. A partir de ahora, con la MUD o sin ella, los cuatro líderes de la oposición, al fin unidos, asumen la conducción política de la oposición en torno a la tesis rupturista de cambio de gobierno y régimen ya, y le imprimen al proceso político venezolano una dirección nueva, distinta en todos sus aspectos y a todas luces irreversible.
Por Armando Durán