Se llama Yipsi. Puede que no lo sepa, pero su nombre se pronuncia como gipsy. Pero ella no tiene el destino nómada de los gitanos. Ella ha vivido ya 12 de sus 21 años en la casa de barro que hizo su padre, con proporciones de expresionismo alemán y cercada por una valla de troncos irregulares y alambre de la que cuelga la ropa aún húmeda, desgastada, de sus tres hijos de 1, 3 y 5 años. El suelo es de tierra, como toda la calle. Tierra fina, casi arena, que se mete por los ojos, por los pulmones, que mancha los pies descalzos de Yipsi y sus hijos. Tierra que mancha los pantalones de los niños. Tierra que no se lava apenas porque hay que ahorrar el agua que el camión cisterna trae cada ocho días. Y poca tierra, apenas cinco kilómetros, la que separa la casa de Yipsi deuna fuente de la que manan 321.000 dólares diarios: un pozo de extracción de petróleo.
Para llegar a Zuata, el poblado de Yipsi, hay que viajar ocho horas en un autobús desde Caracas a El Tigre, en el estado oriental de Anzoátegui. Sea de día o de noche no verá nada del camino, o muy poco. Por motivos de seguridad los conductores no dejan que las cortinas vayan abiertas. De El Tigre hay que recorrer 148 kilómetros más por una carretera con muchos baches, apenas asfaltada, entre campos que se extienden planos y largos como los de Castilla, a ratos con árboles salpicados en las lindes, vencidos a un lado por el fuerte viento. Casi todo el camino, paralelo a esa carretera, hay un tubo grande, gordo, oxidado, con pinturas de propaganda de elecciones pasadas. Es un oleoducto.
Zuata está dentro de la mayor reserva de petróleo del mundo, la Faja Petrolífera del Orinoco, 55.000 kilómetros cuadrados repartidos entre los estados de Monagas, Anzoátegui y Guárico. Según los cálculos de Petróleos de Venezuela S.A. (PDVSA), en la Faja hay 61 campos petroleros operativos, 2.606 pozos de extracción activos y una producción diaria que ronda los 838.000 barriles. Esos barriles daban más de 83 millones de dólares cuando el barril estaba a USD100. Con la caída del crudo, la cifra se queda en casi 37 millones de dólares diarios.
“Váyanse al carajo, yanquis de mierda”
Son los días en los que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ha firmado un decreto en contra de algunos altos cargos venezolanos y el Gobierno de Venezuela ha iniciado una campaña en contra. En la televisión pública se repite un vídeo de Hugo Chávez diciendo “váyanse al carajo, yanquis de mierda” y suena la canción de Alí Primera “Yankee go home”. El presidente Nicolás Maduro repite que los “gringos” quieren el petróleo de Venezuela. Pero Venezuela sigue vendiendo crudo a Estados Unidos. Según el Informe de Departamento de Energía de EEUU, 700.000 barriles diarios. Una cantidad que aporta unos ingresos al día de más de 31 millones de dólares con el barril a 44.
Y en Venezuela siguen las petroleras “gringas”. Desde hace años se cambió el modelo de empresa y todas son mixtas. Según la página de PDVSA, el 60% pertenece al Estado venezolano y el 40% a las empresas asociadas. Chevron es una de esas empresas. Según su informe de 2014 tiene el 39,2% de Petroboscan, el 25% de Petroindependiente y, en la Faja del Orinoco, el 34% de Petroindependencia y el 30% de Petropiar. En el mar la ley parece diluirse. En la Plataforma Deltana, tiene el 60% del llamado ‘Bloque 2’ y el 100 del ‘Bloque 3’.
Trabajadores de PDVSA protestan contra EEUU en Caracas (Reuters). |
El sabor del petróleo
La carretera principal es casi la única vía asfaltada en Zuata. El resto es tierra fina, como arena de playa. Hay casas de obra, casas de la Gran Misión Vivienda, hechas por el Gobierno al estilo de las de Protección Oficial en España, y hay casas como las de Yipsi, de bahareque. El padre de sus hijos trabaja en otro estado, en Bolívar, y va y viene cada 3 meses. Su padre, el abuelo, trabaja en el campo. Dice que la niña mayor no está en la escuela porque el uniforme –obligatorio en todas las escuelas públicas y privadas del país– y los útiles le salen muy caros. Hace poco más de un año pidió una de las casas asignadas por la Misión Vivienda. “Estaba embarazada y sufro de los riñones. Me pedían ir en persona a montar las vigas, pero no podía ir en ese estado. Me quedé sin casa”.
También hay viviendas como las de Carmen Yanes, de obra y con el techo de asbesto. Más conocido como amianto, está prohibido en numerosos países, entre ellos España. Provoca asbestosis, una enfermedad pulmonar causada por respirar las fibras del amianto, y cáncer. Carmen ha pedido muchas veces que le cambien el techo. “Aquí no resuerven (sic) en nada, manita. Esa gente se agarra los reales para ellos y ya. Y yo sigo con mis picores”. Cuenta que le pica la piel y la garganta. Y están las casas de las hijas de Carmen, recién hechas, de obra, con los ladrillos grises a la vista.
Es miércoles, pero en esa vivienda pareciera que no es día laborable. En la parte trasera, bajo la sombra de un árbol de aceite, un grupo de hombres habla sentados; dos de ellos en sus motos, otro, de pie. “He mandado mi currículum varias veces a PDVSA para trabajar, así sea para maniobrar la grúa, y nada. Trabajo chanceando (haciendo ñapas) en lo que se puede”, dice uno de los nietos de Carmen Yanes.
A veces tienen suerte y hay un cupo temporal de trabajo. Si sale alguna oportunidad, algún cupo en PDVSA, tiene prioridad la comunidad de alrededor de los pozos. Pero, como casi todo en Venezuela, hay quien aprovecha la oportunidad en la desgracia de otros. Los “vendecupos” ofrecen trabajo, pero a cambio de algo. “Ellos te dan el trabajo, pero si se paga a 9.000 bolívares, ellos se quedan 3.000. No es mal dinero. Nadie dice que no”, explica otro de los hijos.
El campo es grande, pero no es una opción. “Cómo voy a sembrar, si el cable para cercar al ganado está en 12.000 bolívares. Es muy caro todo”, dice el hombre más joven del grupo. Otro, cercano a los cuarenta, pantalón por las rodillas, barriga oronda, pies descalzos, sentencia: “El que ha saboreado el salario petrolero no quiere otra cosa. Hay uno aquí (en Zuata) que ordeñaba vacas. Ya no quiere hacerlo más. Lo que hace (de dinero) en un mes lo hace en PDVSA en una semana”. Cuenta que en la zona se sembraba frijol, maíz y algodón. “PDVSA se comió la producción”, se queja.
Otro de los jóvenes dice que en tres años que lleva PDVSA en la zona, los han visitado, pero no han resuelto nada. “No tenemos cañerías, no hay agua corriente. Tenemos esos tanquecitos y a esperar”, dice la señora Carmen mientras lava en un barreño las tacitas de café que acaba de servir. Los tanques los entregó PDVSA como solución a la falta de agua. Con los mil litros que tienen, una familia de siete miembros cocina, bebe, limpia, se lava, por ocho días. También hay problemas con la luz. “Muchas veces se va un viernes y espere usted hasta el lunes, que vuelve”.
Un hombre sentado ante una pintada contra EEUU en Caracas (Reuters).
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Si en Caracas el abastecimiento de comida es un problema, en el interior alcanza tintes dramáticos con algunos rubros. “La harina de maíz, cuando se consigue, está en 100 bolívares (su precio normal es de 17). Un paquete de pañales cuesta 1.000 bolos y la leche en polvo, 600. El beneficio que ha dado este montón de compañías es que todo está más caro”, dice el señor de la barriga. La opción de comprar a precios regulados por el Gobierno no existe en Zuata: “Había un Mercal y lo cerraron”, dice Carmen.
Juana Guerra pertenece, junto a su marido, al consejo comunal. Se le pregunta quién lleva la alcaldía de la parroquia donde vive y dice “son de los nuestros”, del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). “Dicen que Zuata es una tacita de plata. Y no. PDVSA no se pone a abrir un pozo de agua, la luz se va a cada rato, hay personas que viven en hacinamiento y han asignado muy pocas casas, gente que vive en casas de barro”, se queja en el quicio de su puerta, donde reposa, a la derecha y sobre un montoncito de arena, un barril de petróleo viejo.
“Quien se queja recibe amenazas”
Dice que ha ido a la Vicepresidencia del Gobierno en Caracas, pero que no ha obtenido respuestas. “En las elecciones vino el actual gobernador (Aristóbulo Istúriz), vio cómo estábamos. Y seguimos igual. Las calles están en estado lamentable, se levanta mucho polvo, los niños sufren de asma. No hay alcantarillado, la fosa séptica se llena en invierno…”. Y continúa una letanía de quejas que pasa por la salud, por lo impagable de algunos productos y por los vendecupos: “Eso los controla el sindicato y quien se queja recibe amenazas”. Y, posiblemente, no recibe más nunca trabajo. Dice que su marido tuvo suerte, fue de los primeros que empezó a trabajar fijo en PDVSA y ahí sigue.
“Se llevan el petróleo de aquí, se lo llevan y lo que nos queda aquí son los barriles con los que juegan los niños”, dice Juana. Este diario contactó con el gobernador para conocer su versión, pero no fue posible concertar una entrevista.
Es el límite con el estado Anzoátegui, ya en Monagas, pero el paisaje es distinto. Grandes árboles, un río caudaloso. Sigue siendo parte de la Faja Petrolífera del Orinoco. Y la carretera sigue siendo irregular, con baches. En una parte del camino, a la derecha, un vertido que ocupa varios metros cuadrados. Un camión tuvo un accidente hace 15 días. Está controlado, dice un señor con cara de pocos amigos. “No tomen fotos, porque esto lo usan mal. Capaz viene alguien y dice que es contaminante, pero no lo es. No es petróleo, es diluyente”, asegura. El diluyente se usa para aligerar el petróleo. Entre otros componentes tiene nafta y gasoil. “Mira las matas, siguen creciendo. No les pasa nada. Esto es normal aquí”.
Hace casi un año el Gobierno decidió eliminar el Ministerio del Medio Ambiente, el primero de América Latina. Lo reintegró con otro y nació el Ministerio de Vivienda, Hábitat y Ecosocialismo. En esta semana se reinstauró nuevamente bajo el nombre de Ministerio de Ecosocialismo y Aguas.
El pueblo kari’ña está asentado en Anzoátegui, Monagas, Bolívar y Sucre. Junto a un río, en Anzoátegui, hay uno de los asentamientos. Allí tenían conucos, pequeñas parcelas de tierra donde sembraban plátano macho, yuca, hortalizas y verdura. En 2002 un integrante de la comunidad fue a medir unos terrenos y vio el río alborotado. “Como unas grandes burbujas”, cuenta. Reventó una bolsa de gas “de los bielorrusos”, dicen los kari’ñas. “Se ha decretado estado de emergencia en la zona, no se puede tomar el agua, no podemos sembrar, no podemos tener apenas animales porque el agua que tenemos es de los tanques que nos ha dado PDVSA”, cuenta Orlando Martínez, el gobernador, rodeado de otros miembros de la comunidad, justo antes de una reunión.
Lo que hay en el río es gas metano. El caso se ha llevado a la Asamblea Nacional y a PDVSA. “No se hizo una investigación a fondo. Hubo quien dijo que era algo normal, de la naturaleza”. Siguen esperando para que les abran un pozo de agua bueno.
A 14 kilómetros de El Tigre, está el campo laboral y residencial de San Tomé. Es una ‘pdvsalandia’. Trabajadores en mono rojo, autobuses con el logo de la empresa gubernamental, imágenes de Hugo Chávez y del presidente Nicolás Maduro. Y bellas casas. Al pasear por sus calles se viene a la cabeza la canción ‘Las casitas del barrio alto’, de Víctor Jara. Pero aquí las casas no son rosadas y celestitas, sino color crema y con los techos rojos.
Pero con la entrada para el coche –ocupada por grandes autos, grandes camionetas–, jardín de césped alrededor y árbol con su respectivo columpio. Hay un hospital industrial, dos clubes recreacionales, cancha de golf, tenis… Y áreas verdes, muchas áreas verdes que se mantienen lozanas gracias a los aspersores de agua que hay cada tantos metros.
Y a la salida de San Tomé, un cartel: “Clase Obrera de la Faja rechaza injerencia fascista del Imperio”.
Alicia Hernández / El Confidencial
Alicia Hernández / El Confidencial