Las salidas lógicas son renunciar
y huir o huir a secas…
Con el país en ruinas y en manos de maleantes uniformados, la revolución agoniza. Mientras las campanas doblan por el alma inocente del niño Kluiberth Roa, la comedia roja con su orgía de corrupción está terminando.
A finales de 1957 el Gen. Div. Marcos Pérez Jiménez se sentía asediado en Miraflores. Pese a haber construido el país obras de infraestructura impresionantes y haber logrado un progreso económico importante, el pueblo estaba cansado de su dictadura y sediento de libertad. Para entonces la constitución de 1953 contemplaba la elección de un nuevo presidente en diciembre de ese año. El dictador no tenía intención de entregar y en su laberinto se devanaba los sesos buscando una forma de perpetuarse en el poder.
Su proyecto “El nuevo ideal nacional” había perdido atractivo y sabía que con el elevado rechazo del 90% en su contra, no tenía chance de ganar limpiamente unas elecciones. El regordete militar había sido proclamado ilegalmente por la Asamblea Nacional Constituyente en 1953 por un período de cinco años y no deseaba pasar por esas horcas caudinas para ser reelecto.
Ante la evidente intención del tirano de perpetuarse en el poder, la fragmentada sociedad civil se unificó alrededor de la Junta Patriótica. Éste era un organismo clandestino integrado por todos los partidos políticos, incluyendo los comunistas. A esta Junta se unieron militares institucionalistas. El grupo fue creciendo pese a la tremenda represión del régimen. Ante la necesidad de llamar a elecciones dictada por la Constitución, MPJ decidió hacer un plebiscito el 15 de diciembre de 1957. En ese referendo el pueblo escogería entre aprobar o rechazar la elección del general. Ese referendo fue ganado abrumadoramente por la oposición, que obtuvo más del 90% de los sufragios. El déspota no se amilanó y ordenó al CNE de la época invertir los resultados declarándose ganador. Esa fatídica decisión marcó el fin de su mandato autoritario. Este fraude fue el detonante de un intento de golpe el 1º de enero de 1958.
Pese a que el ese alzamiento fue frustrado, el 22 de enero en la noche se reunieron en Miraflores los generales Pérez Jimenez y Luis Felipe Llovera Páez, los líderes de la Junta Militar. Llovera Páez luego de analizar lo delicado de la situación le dijo a Pérez: “Es mejor que nos vayamos porque el pescuezo no retoña”. Oído esto, los dos jefes huyeron a República Dominicana con sus maletas repletas de dólares.
Hoy en días, casi seis décadas más tarde la historia parece repetirse con la dictadura roja, pero hay diferencias. El usurpador indocumentado, quien hace hoy las veces de Pérez Jimenez, no puede huir a menos que reciba una orden de Cuba. Entretanto los dos militares que lo secundan, Cabello y Padrino están buscando una salida.
Entretanto el ex presidente Pepe Mujica cogió el dato que los militares piensan establecer una dictadura de izquierda al estilo de la del general Velazco Alvarado en el Perú. Por lo visto los gorilas rojos no han aprendido de la historia. Que pelen el ojo porque los hermanos Castro no se van a cruzar de brazos y no vacilarán en sacrificar a sus títeres. Todos deben tener cuidado porque Llovera Páez tenía razón: “El pescuezo no retoña”.
Las salidas lógicas son renunciar y huir o huir a secas. Con el país en ruinas y en manos de maleantes uniformados, la revolución agoniza. Mientras las campanas doblan por el alma inocente del niño Kluiberth Roa, la comedia roja con su orgía de corrupción está terminando.
Gral. Carlos Peñaloza