Para el régimen de Nicolás Maduro, Robert Serra es un héroe caído de la Revolución –una versión venezolana del Ché Guevara– asesinado el año pasado por sicarios bajo las órdenes del ex presidente colombiano Alvaro Uribe en un crimen planeado en Miami.
Pero las investigaciones policiales realizadas antes de que el propio Maduro asumiera el control del caso esbozan una realidad muy distinta a la versión oficial y muestran un lado oscuro del joven dirigente que terminó por costarle la vida.
De acuerdo con documentos policiales obtenidos por el Nuevo Herald y personas cercanas al caso, Robert Serra era un violento homosexual que fue víctima de un crimen pasional, asesinado por su amante y ex guardaespaldas personal, quien decidió matarle porque temía que el diputado terminara haciendo lo mismo con él.
Y el agresor, Edwin Torres Camacho, tenía razones para temer que eso sucediera.
Según las declaraciones recogidas en el caso, el diputado era el autor intelectual de la muerte de Alexis Barreto, otro ex escolta y amante, a quien ordenó matar porque quería terminar la relación, debido a que el diputado le maltrataba.
Torres también queria terminar con la relación y Serra le advirtió que si lo hacía le sucedería lo mismo que a Barreto, cuyo cuerpo fue encontrado sin vida en el Cerro Avila en julio del 2012, con un tiro en la nuca.
Las pesquisas realizadas muestran que Serra y Torres tenían una relación sentimental, al tiempo que otras personas del entorno del diputado corroboraron que él había hecho la amenaza.
Serra, que en su momento era considerado como una de las futuras estrellas del chavismo, también era uno de sus dirigentes más polémicos.
Su base de poder consistía en sus vínculos con los violentos grupos paramilitares conocidos en Venezuela como colectivos y el denominado Frente Francisco de Miranda, una agrupación conformada en gran medida por jóvenes revolucionarios adoctrinados por Cuba.
Precisamente, los vínculos que Serra tenía con los temidos colectivos, como La Piedrita, Los Tupamaros y Alexis Vive, le daban un aura de peligrosidad que inquietaba a muchas personas que tenían algún tipo de relación con él.
“El se acercó muchísimo a los colectivos. El intentó mediar en el conflicto existente entre Los Tupamaros y La Piedrita. Ese es un conflicto armado entre bandas que dejó varios muertos. Y él medió allí bastante y era una persona muy cercana a [Valentín] Santana, que es el líder de La Piedrita, como de Oswaldo Jiménez, el presidente de los Tupamaros”, explicó el analista político Helly Angel.
Angel, quien ahora vive en el sur de Florida, dijo que Serra era un joven de temperamento muy agresivo, que tendía a ofender y a entrar fácilmente en las peleas verbales.
“El fue un muchacho muy controversial, muy problemático, incluso dentro de su propio núcleo familiar, con muchos conflictos y enfrentamientos, incluso entre sus propios familiares”, comentó Angel.
Nada de esto aparece en la versión que terminó siendo presentada al público sobre el asesinato de Serra.
El chavismo, que gasta grandes cantidad de tiempo y recursos denunciando atentados, presenta a Serra como la más reciente víctima de la conspiración internacional en contra de la Revolución, en un intento por convertir al diputado en un ícono.
“Hoy más que nunca Robert es inspiración para la construcción de la Patria Socialista que él soñó ¡seguiremos venciendo!”, publicó en enero la ministra del Poder Popular para la Comunicación y la Información, Jaqueline Faria, su cuenta de Twitter, para conmemorar el día de nacimiento de Serra.
Será recordado por toda Venezuela como “un ejemplo para la juventud por su entrega y pasión revolucionaria”, agregó.
Pero detrás de la fachada revolucionaria se escondía un joven que estaba dispuesto a usar la violencia para conseguir lo que quería.
Y eso era de conocimiento de Torres, quien tomando la amenaza de Serra muy en serio decidió actuar primero, contactando una banda de delincuentes comunes que él conocía y que residían en su mismo edificio.
Torres les cuenta que Serra tenía en su residencia dos fusiles de alto calibre además de dinero en efectivo, y la banda decide actuar.
Una de las cosas que llevó a los investigadores a formular rápidamente la hipótesis de que el crimen era de carácter pasional es el hecho de que Serra había muerto tras recibir 36 puñaladas.
“Es un exceso de saña que denota el carácter personal del acto”, resalta uno de los informes.
La otra víctima del crimen, María Herrera, recibió solo nueve puñaladas.
El arma utilizada en el crimen no fue encontrada pero los exámenes determinaron que podría haberse tratado de un pica hielo, o algún instrumento similar.
Antonio María Delgado
El Nuevo Herald