domingo, 15 de febrero de 2015

GUSTAVO TOVAR-ARROYO: Cincuenta sombras de Chávez

Chávez, tropical y perverso, tenía cincuenta
sombras (o quizás más) torturó al país…


La pasión por el sarcasmo

No puedo evitarlo, ya me conocen, cada vez que la dictadura boba de Maduro arremete contra mí una incontenible fuerza interior me incendia las vísceras y me motiva a lanzar llamaradas verbales.

Me es fácil, lo confieso, no tengo que desempolvar estremecimientos ni ardores, no tengo que desenterrar en las diferentes capas de mi reflexión un puntiagudo criterio o un análisis, los relámpagos los tengo a flor de piel, brotan solos y sin remedio.

Cuando fui ministro, en 2010, pude constatar cómo Chávez lo amaba (a Maduro).
Francisco Ameliach

Debo reconocerlo, me posee una insubordinada pasión por el sarcasmo, que chispea y quema, que se entretiene cruelmente causándole refinado malestar a los sádicos.

Frente a la oscura perversión chavista resplandecen los lacerantes oficios de mi libertad.

Y escribo.

Sadomasoquismo socialista

Insisto en que los tiempos chavistas no dan para análisis ideológicos, políticos o económicos convencionales. Lo que vivimos en Venezuela escapa a toda lógica. No gasto un segundo de mi tiempo explicándolo con razones; no las hay, no las habrá.

Los analistas ideológicos, políticos o económicos, al no poder explicar nada, se convierten en líricos de la queja. Son poetas, dramaturgos, novelistas: melancólicos del derrumbamiento.

El socialismo del siglo XXI no acepta definición que lo exprese, es un adefesio, una crueldad sociológica, un refinamiento aniquilador. Un sadismo que busca masoquistas.

Me curé en salud hace tiempo en intentar explicarlo, no quiero ser parte – trágica – de esta comedia, ni sumiso masoquista del sadismo. Que otros lo sean, yo me niego, prefiero ser su hereje, el peor de los blasfemos. La historia me dará, al menos, esa razón.

Esta semana, por milésima ocasión, dos sádicos de oficio: alias hiena de dos patas, Jorge Rodríguez y alias gordito gafo, Diosdi Cabello, volvieron a acusar a la “Fiesta Mexicana” (y a mí entre otros) de fraguar otro golpe de estado. Otro más. No sé cuántos se organizaron en aquella apoteósica borrachera de golpes suaves, pero creo que ya superamos la docena.

¿Qué hay detrás de este nuevo ridículo montaje del golpe de estado? Una devaluación – ¿aniquilación? – del bolívar sin precedentes, otra más. Sólo eso.

Cada vez que la economía colapsa o cada vez que no tienen otra tortura que ofrecer usan la híper aburrida y sadomasoquista solución de siempre: el golpe de estado, y como son tantos los colapsos históricos que han cometido han inventado igual número de golpes e intentos de magnicidio. ¿Quién les cree? Nadie.

Tampoco hay mucho que analizar al respecto.

¿O quizá sí?

Cincuenta sombras de Chávez

No leí la muy comentada trilogía de la novelista británica, E.L. James, cuyo primer título es Cincuenta sombras de Grey, pero acabo de ver la adaptación cinematográfica que hicieron de la primera de las novelas, y sí, no pude menos que pensar en Venezuela y el sadomasoquismo chavista.

(Abro un paréntesis: ¿Será por una compleja perversión psicológica que el chavismo y su adefesio: el socialismo del siglo XXI, no admiten razonamiento lógico que los defina?)

Hugo Chávez, a su modo tropical y perverso, como el protagonista de la novela, Christian Grey, tenía cincuenta sombras (o quizás más) que lo arrastraban a torturar al país y sentir goce al hacerlo: devaluación, inflación, persecución política, desabastecimiento, humillación, sodomización, encarcelamiento, confiscación y un largo etcétera donde la sucesión del trono, entregado a su amado Nicolás, fue sin duda la peor y más culminante de las torturas.

Chávez implantó el sadismo como una estrafalaria forma de hacer política, por cierto, pareciera que a muchos opositores les encanta el masoquismo, son capaces hasta de reconocerle bondades al dictador. Pero esa es otra historia.

El sátrapa hasta su última alocución pública gozó mientras producía sufrimiento, con crueldad refinada, al venezolano. Lo supo hacer con tanto cinismo y frialdad calculada que aún hoy nos deja perplejos: “Mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que ustedes elijan a Nicolás Maduro como Presidente de la República Bolivariana de Venezuela”.

Qué latigazo, qué fuetazo, qué carajazo el que nos metió. Nos vació en la frente sus cincuenta sombras de perversión y más, nos vació su más penetrante oscuridad: Nicolás.

¡Qué sádico!

La tortura como placer

El chavismo es en sí mismo una tortura. Su estética, sus modos, su desaliño y su insensatez son agravios inagotables, cuerazos punzantes y cotidianos a nuestra conciencia.

Esta semana, para no irnos tan lejos, cuando el Alto Mando Militar (esa locademia de torombolos y verdugos) se mostró cantinflescamente en televisión ofreciendo su lealtad a un colombiano, mostrando su sumisión masoquista a los cubanos, gruñendo su idiotez sin ambages ni remilgos (sin vergüenza), alzando con puños izquierdos su flacidez moral, no sólo se torturó a la Constitución Nacional, se torturó lo poco que quedaba al sentido de lo patético entre las fuerzas armadas.

El gemido de placer final que se escuchó entre los aborrecibles generales que en ese tortuoso acto se dieron cita fue quizá el episodio más bochornoso y ridículo que hayamos presenciado jamás los venezolanos. No fue ni siquiera una tortura, fue una necrofilia, porque sin duda el generalato venezolano perdió su espíritu, está muerto.

Pavorosos y patéticos.

El amante de Hugo Chávez

Hace algún tiempo escribí el que ha sido probablemente el artículo de opinión más leído de la historia de Venezuela, lo intitulé El amante de Hugo Chávez.

Semejante a la trilogía de Grey – que no por muy leída, buena- su lectura ofrecía en cierta medida una aproximación psicológica, culturalmente correcta y progresista, a una de las incógnitas más escandalosas de este siglo: la inexplicable sucesión que hizo heredero a esa tortura intelectual que es Nicolás (sus liceos y sus liceas, sus millones y millonas, sus libros y libras, claro y sus pajaritos parlanchines).

La mía no fue una mera especulación o una llamarada de sarcasmo. Cuando el país se entere -porque se enterará – de quién me lo dijo, caerá desmayado en bloque.

Escribiré una novela que desentierre la oscura infidencia palaciega. No pretendo vender millones de libros, mi aspiración es menor, pero acaso más lacerante: pretendo despertar alguna conciencia que se desprenda del sadismo, pero sobre todo que deje el masoquismo.

La de Grey es una ficción cuyas sombras han hecho delirar a millones de mujeres en todo el mundo; la de Chávez es una realidad que ha hecho sufrir a millones de venezolanos. Ambas son experiencias sadomasoquistas.

¿Lograré que la gente lo entienda?

Gustavo Tovar Arroyo